Crítica teatro – La zanja de la compañía Titziana

La zanja. Sala Concha Velasco del LAVA, Valladolid

Que la ficción y la realidad se alimentan mutuamente no lo discute nadie en su sano juicio. Realmente a mí eso me es indiferente. Lo que me importa cuando se apagan las luces y empieza la función es que eso que está pasando en el escenario conlleve la verdad. Tenga verdad. “Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía: / también la verdad se inventa” escribía Antonio Machado.

El texto, la dirección e interpretación de La Zanja corre a cargo de Diego Lorca y Pako Merino. Le preguntaron a Tolstoi que de que iba su novela Ana Karerina y respondió “que de Rusia”. ¿De qué va La Zanja? Pues va “de Perú”. La historia ya se sabe va de explotados y explotadores. Y también de la autocompasión, esa lástima que uno puede sentir hacia uno mismo en determinados momentos de su vida.

Durante la función, el espectador tiene la oportunidad –poniendo mucho, que digo mucho, todo de su parte- de simultanear sentimientos contradictorios, como no podría ser de otra forma, del abuso insoportable del que se cree superior –o más guapo- y se merece todo lo que le pasa y viceversa. Y también de eso tan de moda que se estila tanto que se llama autoestima. Por aquí usted no pasa y aténgase a las consecuencias. Lo de siempre, vamos.

Y claro, el opresor se disfraza de oprimido y se convierte en víctima. El colonizado de colonizador y así más de hora y media que dura el espectáculo. Para decirlo rápido, no me entusiasmo la obra, ni por asomo, y me aburrí como una ostra deseando que llegaran las diez para irme a cenar y recuperar el tiempo perdido. 

Emoción cero igual a intensidad cero. Todo a esa hora en La Sala Concha Velasco (LAVA) olía a naftalina porque todo era repetitivo y manido, visto cien veces. Aquí se echa de menos la ambición por diálogos y caracterizaciones más trabajadas, profundas e irónicas para que llegue la emoción al patio de butacas. Demasiadas cosas se cuentan, pero nada ocurre para desesperación del que esto escribe.

La interpretación de Diego Lorca y Pako Merino monocorde a partes iguales. Faltan matices, fuerza, seriedad y potencia para que la historia que están contando se pueda ir por la vida recomendándola. Ya advirtió Séneca hace dos milenios que todos los vientos son desfavorables cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos; pues eso.

Marcos Pérez

fotografías: Gerardo Sanz fotografos