Teatro – Todas las noches de un día

Todas las noches de un día

Teatro Calderón, Valladolid

Las palabras necesitan su sitio. Antes de decirlas conviene que hayan pasado por el control aduanero para que encuentren su acomodo en el espacio adecuado. Las palabras protegen pero también condenan.

Palabras y jardines domesticados. Las plantas son una obra de arte vegetal que invitan a la reflexión personal desde tiempos inmemoriales. El que tiene un jardín, sabe que de la felicidad a la tristeza solo hay un paso, una helada, según como se mire. Por eso lo primero que enseñan los jardines es la humildad. También la gratitud. Ahí vamos.

¿Existe un jardín moral? Alberto Conejero, el autor de Todas las noches de un día, me atrevería a decir que es “roussoniano”. Rousseau siempre defendió una ética y una poética en las personas y en la naturaleza. ¿Quién controla los jardines? ¿Quién controla las pasiones amorosas?

Samuel (Carmelo Gómez) y Silvia (Ana Torrent) se comunican con los ojos, esa es su voz. Carmelo y Ana no actúan, sencillamente son el personaje, eso lo más difícil en teatro. Sus personajes no están hechos para conformarse con lo que tienen. Cambiar a veces a mejor es un error. Te puedes llegar arrepentir, con lo bien que estaba yo antes de que abrieras la botella de vino y me invitaras a bailar… me entraron unas ganas locas de besarte en la boca… y apretarte contra mi pecho… pero yo soy el jardinero y tú la dueña de la casa a la que la acaba de dejar su prometido…

Estás oscura en tu concavidad

y en tu secreta sombra contenida

inscrita en ti.

Acaricie tu sangre.

Me entraste al fondo de tu noche ebrio

de claridad.

Mandorla (Ángel Valente)

Arrepentirse es una palabra que deja un sabor amargo en los labios. Alberto Conejero, saca su vena lorquiana y coloca al espectador al borde del precipicio, te enseña las grietas del alma, las grietas del derrumbe de una pasión y te obliga hacerte preguntas sobre la honestidad, la pasión, la muerte, la familia, etcétera, etcétera, etcétera.

La escenografía de Mónica Boromello, la iluminación de Juan Gómez-Cornejo y la música de Luis Miguel Cobo crean una atmósfera respetuosa con lo que está pasando en el escenario. Sin atmósfera el teatro no nada. El gustazo que tiene que haber sentido Luis Luque dirigiendo esta obra se podría semejar al ciclista que corona el primero el Alpe d´Huez. Salí del teatro con la palabra agradecimiento en los labios.

Marcos Pérez

Revista Atticus