Teatro – La golondrina de Guillem Clua

La golondrina de Guillem Clua

Teatro Calderón, Valladolid

¿Qué mal puede hacer leer una carta? Puede que hasta en ella haya algo que perturbe, que te deje un sabor amargo para tu vida. Y si es una carta de un hijo, todavía peor. Un hijo puede ser una preocupación continua: vivo o muerto. Una preocupación y una ocupación. En La golondrina de Guillem Clua está presente desde que aparecen Amelia (Carmen Maura) y Ramón (Félix Gómez), madre y compañero sentimental del hijo de esta.

La carta aquí tiene su enjundia. Tiene su enjundia porque cuenta la verdad, la propia verdad del hijo asesinado por un terrorista en una discoteca. Una carta que desconcierta el corazón atribulado de una madre que ya nada puede hacer por remediar el pasado. Una carta emocionante con una respuesta automática. Cambia el pensamiento, te pone mal cuerpo y revisa tu comportamiento y tu memoria. No desvelemos el misterio.

Las emociones producen que la atmosfera cambie dentro y fuera del escenario. Fuera del escenario no producían gran cosa. No sé si sería el tono de Carmen Maura, monocorde toda la noche que no calaba en el patio de butacas por más que Félix Gómez introdujera en su personaje un fatalismo trágico al que le faltaba garra y hondura para resultar creíble.

La puesta en escena de La golondrina es sencilla. Un salón que lo preside un piano, una estantería con libros y lo más chocante: un cielo preñado de nubes que da la sensación por momentos de un día esplendoroso de verano que permiten poner alegría a lo allí está sucediendo.

El ejercicio de introspección que nos propone  Guillen Clua es el que cualquiera se puede hacer a la hora de escuchar las noticias. Un atentado cambia la vida a todos. Y por lo tanto siempre hay un antes y un después. Como se gestionan todos esos acontecimientos y las consecuencias que se derivan de ellos permiten conocer a las personas que nos rodean y a nosotros mismos.

Hay que dejar que los hechos hablen por sí mismos. Aquí el espectador es un observador neutral que tiene que posicionarse. El espectador, y también la madre, y el novio de su hijo con el que se iba a casar próximamente.

La realidad –ya lo sabemos- nos dice que todo es más complejo e inasumible de lo que parece. La golondrina está escrita para construir preguntas y buscar soluciones aliviadoras. La propuesta, de Clua es proponer que el espectador mire, entienda, invente y sobre todo que no juzgue.

Marcos Pérez

fotografía: Javier Naval

Revista Atticus