Neil Simon, la vida en cinco guiones

Neil Simon, la vida en cinco guiones

«Escribir es un escape de un mundo que me golpea. Me gusta estar solo en una habitación. Es casi una forma de automedicación, una investigación de mi propia vida, una catarsis. No tiene nada que ver con ‘Tengo que conseguir otra obra’» 
                                                                                                          Neil Simon

 

El pasado domingo, día 26, falleció el dramaturgo más representado, el maestro de maestros de los diálogos hilarantes y las situaciones de vida llevadas al extremo o al absurdo de la grandilocuencia, Neil Simon.

 

Fue un infeliz niño judío de Brooklyn, muy observador, que comenzó a escribir muy jovencito con una visión propia de la sociedad que le rodeaba alentado por su hermano mayor, Danny, que le introduciría en el  mundo de los guiones de comedia. Tan divertido como enamoradizo, tan amante del teatro como del cine; un día, tras pasar por un par de universidades, una en su misma ciudad y otra en Denver, Colorado, fue llamado a filas ante el empuje del ejército imperial japonés en el Pacífico y tuvo que abandonar la ciudad de los cinco distritos y trasladarse a Biloxi, Misisipi, para un periodo de instrucción y preparación para la lucha en los pantanos del estado que hollase Cabeza de Vaca como primer blanco. Pero, afortunadamente para los amantes de la comedia, Japón firmó pronto el armisticio en el Acorazado Missouri y Neil pudo escribir una comedia, Biloxi Blues, sobre su paso por el ejército con fino humor y fidelidad a la verdad, tal y como decía en una especie de fe de erratas al final de la película, protagonizada por Matthew Broderick y dirigida por el siempre interesante Mike Nichols.

 

Tras licenciarse, trabajó en el departamento de correos de la Warner Bros en Manhattan y comenzó a escribir junto a Danny guiones para la televisión y la radio, principal entretenimiento de aquella América de posguerra que emergía tras la gran depresión y la política de Roosevelt del New Deal. Además, colaboraba en una revista y aquel sentido del humor atrajo a Syd Caesar, que necesitaba dar un aire nuevo a su espectáculo y todo comenzó a rodar para el joven Neil. Syd era todo un cazatalentos, recordemos que en su nómina estuvieron Carl Reiner, Howie Morris, su socio Mel Brooks o un jovencísimo Woody Allen.

« Pasé cinco años y aprendí más acerca de lo que iba a hacer que en cualquier otra experiencia previa /… /era el grupo de escritores con más talento que hasta ese momento se había reunido»

 

De la televisión dio un salto a Broadway, del que ya sólo salió para realizar guiones en Hollywood o hacer adaptaciones tanto de novelas como de películas para su adorado teatro de la avenida de avenidas de Manhattan.

            Para la gran mayoría de nosotros, a pesar de ser un reconocido dramaturgo, Neil Simon es un extraño porque en España no se valora a los guionistas. Casi todo el mundo los minusvalora, pero en nuestro país es especialmente llamativa la falta de respeto a los escritores de cine. Y hablando de extrañeza hay que mencionar de uno de sus cinco grandes guiones, La Extraña Pareja (The Odd Couple, 1968), donde unía a una pareja circunstancial que luego dio sus mejores frutos con Billy Wilder: Jack Lemmon y Walter Matthau, dando vida a Félix y Oscar, dos compañeros de piso donde uno ejerce un papel femenino de orden y pulcritud y el otro recrea una vida masculina más relajada… Tras el éxito de público y crítica en el teatro neoyorkino desde 1965, Paramount adquiere los derechos y la realiza con estos actores elevando a ambos a la categoría de estrellas. Lemmon ya lo era tras sus fantásticos trabajos con Wilder y con Blake Edwards, desde la comedia más hilarante al drama más crudo; y lanza al joven Matthau, al que Wilder había intentado reclutar años atrás para su versión cinematográfica de La Tentación Vive Arriba (The Seven Year Itch, 1955); y triunfa en los escenarios y en el cine con dos premios, un Tony y un Óscar, dando vivacidad a los mordientes diálogos de estos dos genios de la escritura.

 

Treinta años después Neil reúne de nuevo a Félix y Oscar, y vuelven los diálogos que pasan de inocentes a vitriólicos sin solución de continuidad, donde los tres maestros, el de la escritura y los dos de la interpretación vuelven a llenar las salas de público, aplausos y risas.

 

Neil era sobre todo un creador que recreaba la vida, como un pintor hiperrealista con una paleta singularmente irisada, capaz de atrapar nuestra atención en matices que en nuestra cotidianidad nos pasarían inadvertidos. Su exclusivo filtro personal que creó siendo niño y su afán por destacar el lado cómico de la vida le dotaron de la capacidad de conducir a sus personajes al extremo y convertir sus diálogos en algo desternillante.  Simon creó un mundo secreto que generosamente compartió con todos nosotros a partir de dosis hiperrealidad, ternura y humor, que pasaban siempre de su visión a su block de escritura y luego a su máquina de escribir.

            En Descalzos en el Parque (Barefoot in the Park, 1967), repleta de realidades llevadas al absurdo para demostrar lo disparatado de la realidad en una pareja joven recién casada, cuyos escasos recursos les llevan a vivir en Manhattan en un apartamento sin calefacción, en un sexto sin ascensor… Y, como todo el mundo sabe, cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana… Los enamorados sufren una dramática crisis que Simon supo rodear de sonrisas y carcajadas en el patio de butacas, con frases que van subrayando la situación de escasez, de ausencia de futuro a la que les fuerza aquella sociedad de triunfadores y perdedores. En cierto modo era una venganza contra lo que la Gran Depresión hizo al matrimonio de sus padres. Neil había crecido entre gritos por las discusiones entre sus progenitores en un vecindario donde todos reñían en sus exiguos hogares porque el hambre, el agotamiento, y la inmoralidad campaban a sus anchas por todo Brooklyn.

 

La frase:

En el mundo hay dos clases de personas, los mirones y los que actúan.

 

Tras el éxito de este film, Gene Saks y Neil Simon se pusieron a trabajar en la adaptación de La Extraña Pareja consiguiendo, como ya hemos dicho, un éxito desbordante en los cines de la comedia, que ya lo era en el teatro. Saks, además, quería a Jack Lemmon, al ver la química que tenía con Matthau en En Bandeja de Plata. Y Neil adecuó sus diálogos para que brillaran en la voz tan llena de matices que poseía aquel hombre que cuando llegó a Hollywood desde el mundo teatral fue reconvenido por George Cukor varias veces en su primer día de rodaje. Jack le dijo ¿Qué quiere? ¿Qué no actúe? Y el director le respondió: Veo que lo ha captado usted.

 

Y todo fluyó como en el teatro, pero sin ser teatral, con hábiles movimientos de cámara para destacar a los personajes, y primeros planos de ambos protagonistas o del motivo de sus discusiones, siempre desternillantes y llevadas al extremo. Pero, a diferencia de Wilder y Diamond, los diálogos de Simon y Saks estaban desprovistos de cinismo y humor sardónico, pero no de gracia.

 

Oscar: Aquí tienes la llave de la puerta de atrás. Limítate a no ir más allá del pasillo y tu habitación, y no sufrirás daño alguno.

Felix: ¿Eso qué quiere decir?

Oscar: Quiere decir que, si pretendes vivir aquí, no quiero verte, no quiero oírte, no quiero oler lo que cocinas. ¿De acuerdo? Ahora, haz el favor de retirar esos espaguetis de mi mesa de póquer.

Felix: [Empieza a reír con sorna]

Oscar: ¿Qué demonios te hace tanta gracia?

Felix: [Aun riendo] No son espaguetis, son lingüini.

Oscar: [Agarra el plato y lo tira con furia contra la pared de la cocina] ¡Ahora son basura!

Después los hizo volver treinta años más tarde, y aquel par de tipos seguían teniendo una química destructiva mutua capaz de hacer reír hasta a un banquero tras una caída en bolsa.

 

Simon siguió trabajando con éxitos en el teatro y alguno moderado en el cine, de esa etapa destaca El Rompecorazones (The Heartbreak Kid, 1972), pero hasta 1975 no retornó a la senda de la grandeza a la altura de su genio, con un uppercut a la clase media y a la ciudad de Nueva York y su idealización paleta por parte de alguno de los escritores allí instalados, el más famoso, sin duda, Woody Allen, aunque hay más, muchos más, tal y como decía en su Ventanas de Manhattan Antonio Muñoz Molina.

 

La joya vital de Neil se llama Prisionero de la Segunda Avenida (The Prisoner of Second Avenue, 1975) que es la historia de Mel y Edna (Jack Lemmon y Anne Bancroft), un matrimonio de clase media, de mediana edad y felicidad igualmente media que vive en Manhattan, en un apartamento de un rascacielos. Mel es despedido y roban en su casa. Mientras tanto, Edna se incorpora al mercado laboral y Mel pierde la razón casi al mismo tiempo que Edna pierde su trabajo. Además, le empiezan a irritar todas las cosas, en teoría, hechas para mejorar su vida y que, en realidad, le desesperan por su mal funcionamiento. Eso, unido a unos vecinos chismosos, parientes (y su utilidad) y el precio exacto del autobús. La pareja sufre indignidad tras indignidad (alguna auto infligida) a modo del Job bíblico, y cuando parecen estar a punto de rendirse, se ponen desafiantes y se disponen a la batalla. Si Lemmon está imponente no menos regia está la grandísima Anne Bancroft, posiblemente la mejor actriz de su generación.

Mel: Dios … Dios … Dios … Dios …

Edna: ¿Mel?

Mel: ¿Huh?

Edna: ¿No puedes dormir?

Mel: Si pudiera dormir, ¿estaría acostado aquí llamando a Dios a las dos de la mañana?

 

Al año siguiente, cambia completamente la temática y escribe Un Cadáver a los Postres (Murder by Death, 1976), una mofa del Cluedo. Escoge actores de calidad especialmente dotados para la comedia, y puntualmente se convierte en un escritor exhibicionista con la comedia más alejada de su realidad, y una de las más celebradas por la crítica. Aunque, curiosamente algún crítico opinó que envejecería mal, vista hoy resulta atemporal, como toda su obra, porque Neil Simon habla de los seres humanos señalándoles con el dedo y reímos con él porque nos vemos reconocidos al final de ese dedo.

 

Dora Charleston: Gracias. ¿Usted es?

Jameseñor Bensonseñora: Bensonseñora.

Dora Charleston: Gracias, Benson.

Jameseñor Bensonseñora: No, no, no, no, no… Bensonseñora. Mi nombre es Bensonseñora.

Dick Charleston: ¿Bensonseñora?

Jameseñor Bensonseñora: Sí, señor. Jameseñor Bensonseñora.

Dick Charleston: ¿Jameseñor?

Jameseñor Bensonseñor: Sí, señor.

Dick Charleston: ¿Jameseñor Bensonseñora?

Jameseñor Bensonseñora: Sí, señor.

Dick Charleston: Qué extraño.

Jameseñor Bensonseñora: el nombre de mi padre, señor.

Dick Charleston: ¿Cómo se llamaba tu padre?

Jameseñor Bensonseñora: Howard. Howard Bensonseñora.

Dick Charleston: ¿Tu padre era Howard Bensonseñora?

Dora Charleston: Déjalo, Dickie. He tenido suficiente.

Y así todos los diálogos de la hilarante parodia, entre el absurdo y la hipérbole, para denunciar la cantidad de penosas novelitas de intriga que invadían las librerías.

Por último, hablaremos de su impagable California Suite (ib, 1978) siguiendo con el desmenuzamiento de su propia vida, Neil habla de Hollywood a través de sus momentos en el hotel donde se alojaba cuando iba a la soleada California. De nuevo hiperrealismo para destacar la realidad diaria de las personas que pasan por un hotel lujoso y cuyo oropel sirve para tapar todo tipo de miserias y pecados humanos. Un conglomerado de personajes pasando por la grandeza y la miseria de sus condiciones, una actriz casada con un homosexual que lo oculta y que pierde un óscar la noche anterior cuando ella creía que iba a ganar, dos hermanos que se reencuentran tras muchos años y que tienen unas cuantas cosas que decirse, una esposa que va a dar una sorpresa a su marido y se encuentra que éste tiene una prostituta en su habitación enviada por el hermano, dos tenistas que desean disfrutar de su deporte favorito y esconden su competitividad tras la raqueta. Simon sajando las carnes de la sociedad alta o media alta en un espacio que se supone de comodidad y disfrute.

 

Bill Warren: No eres la misma mujer que dejé hace nueve años.

Hannah Warren: ¡Y tengo los ovarios faltantes para probarlo!

 

Después nos regaló algún guion más con momentos brillantes y la confesión del mal soldado que fue incluyendo mea culpas entre sonrisa y sonrisa. Neil Simon estará en el cielo « y al fin habrá quorum para discutir », ya que alguien que comparte su secreto tan generosamente y nos obliga a reír en un mundo tan gris lo merece, y sólo esperamos que su empíreo particular no sea una sexta planta sin ascensor, tal y como describía la madre de Corie en Descalzos en el Parque tras subir sin aliento para ver a su hija y a su nuevo yerno.

 

Y que estos renglones ayuden a conocer algo más y reivindicar a este grande como pocos de la creación. Con una de sus propias frases lo resumimos, de uno de los momentos álgidos de otro de sus guiones: Soy tu hija, ¿te acuerdas? (I Ought to Be in Pictures, 1982)

 

¡Las palabras son mías, la sabiduría es suya!

 

Pilar Cañibano – Carlos Ibañez

Revista Atticus