Crítica película Foxtrot de Samuel Maoz 62 SEMINCI

Crítica película Foxtrot de Samuel Maoz

62 SEMINCI de Valladolid

¿Qué hemos aprendido de las dos horas pasadas viendo esta película israelí con dinero europeo gracias a esas torticeras coproducciones con países de la Unión y que no aportan absolutamente nada a la cultura europea? Tristemente, nos ha dejado claro cómo no debemos nunca tomar un guion literario repleto de potencial y destrozarlo a la hora de hacer el guion técnico y la realización. El argumento se despliega en tantas direcciones, que escapa completamente al control, convirtiendo lo que podría haber sido una película brillante, ambiciosa y cautivadora en un reflejo final que defrauda y enerva.

 

Desesperantes tomas cenitales en las que el realizador nos tortura con planos larguísimos en los que nos obliga a jugar a ser un dios aburrido, que observa acodado el sufrimiento de los pobres mortales. Juegos de adivinanzas con personajes que no sabemos muy bien qué pintan en una historia, supuesta al principio y subrayada en el desenlace. Exceso de primerísimos planos que se suceden sin llegar a comunicarnos más que una contención fría…Preguntas que se lanzan y en ningún momento se responden.

Subrayar la ausencia completa de transiciones, sustituidas por hachazos visuales y auditivos en la mesa de edición y soluciones de principiante, que en lugar de transmitirnos el desasosiego que pretenden causar, nos sacan constantemente de la historia, descolocándonos de forma incómoda y un tanto absurda. Un pretendido efectismo expresionista que sólo consigue ser artificioso y artificial.

 

En cuanto al título, que no nos explicamos tras el visionado atento del film, aparece como ¿breve clase de baile? en dos escenas completamente distintas y desligadas, salvo por una breve aclaración que no lo justifica en ningún momento. Y en ambas, vaya por dios, metido con calzador y sin venir a cuento en el desarrollo general del drama. Por si fuese poco, y esto seguro que ha revuelto en su tumba a Harry Fox, creador de esta variante del jazz, el director elige un mambo de Pérez Prado, en lugar de la genuina música de big band de Alabama para ilustrar al soldado en una frontera de Golán.

A pesar del error musical, es la mejor parte de la película, la de los cuatro jóvenes, pobres desgraciados uniformados de caqui, obligados a permanecer en un lugar inhóspito, controlando una carretera fronteriza en el medio de la nada por la que sólo transitan personas que quieren divertirse,… y un dromedario. Y que malviven en un hediondo contenedor al que las lluvias y la falta de estabilidad del firme enlodado van inclinando peligrosamente…al igual que sus mentes…

 

Toda la historia, muy interesante en origen pero desastrosamente mostrada, parte de un error (uno tras otro, en realidad) sobre la muerte de un soldado, la información a la familia, y el extraño comportamiento del ejército.

 

En la parte positiva, poquita, muy poquita, la verdad. Dos momentos de cine auténtico. Una, la denuncia, eso sí, de riesgo controlado, sobre la tragedia que supone colocar obligatoriamente ametralladoras M-60 en manos de chavales de veinte años, y seguir con la dialéctica de que somos un país en guerra desde el día de nuestra fundación. Hay que ponerlo en valor, y fue crudamente agradable de ver en la pantalla. Y dos, la surrealista narración del soldado que cuenta a través de un cómic cómo su abuelo cambió una biblia hebrea antiquísima (la tradición israelí) por una chica desnuda de revista (el nuevo estado israelí), y como Eros parece vencer a Tánatos, aunque en este caso la atractiva Eros se transforma en Tánatos, que es la estación final, mal que les pese a todos los que viven del miedo ajeno, en este caso, al rabinato del ejército israelí.

Un detalle, que habla muy bien del guionista, es que la madre con Alzheimer habla a su hijo en yiddish en lugar del hebreo oficial.

 

Nada más que salvar de tan desastrosa traslación, repetimos, del guion literario al técnico.

Carlos Ibañez – Pilar Cañibano

En nuestro afán, como publicación plural, de ofrecer distintos puntos de vista ofrecemos la crítica de uno de nuestros habituales críticos (Luisjo Cuadrado) que también asistió al pase de prensa y que en este caso, actúa a modo de contrapunto del que nos ofrecen Carlos Ibañez y Pilar Cañibano.

 

Asistí con mis compañeros, Carlos y Pilar, al pase de prensa de la última película a concurso de la 62 SEMINCI.

La película está dividida claramente en 3 actos y un pequeño epílogo (que podía resultar casi innecesario). Durante los primeros 15 minutos, aquello no me cuadraba en mi cabeza. No entendía muy bien lo que estaba viendo y así se lo comenté a mis compañeros. Estaba viendo unas poderosas imágenes. El director ha cuidado la escenografía de la casa de los Bergman, los padres de Jonathan que tiene su propio protagonismo (suelos geométricos, casi hipnóticos, una ventana redonda, espacios cerrados como el cuarto de baño) ayudan a crear una atmósfera donde el sufrimiento es el protagonista. Allí reciben la noticia de la muerte de su hijo. Lo que vemos es el dolor de unos padres, bueno mejor dicho, de un padre que a través de unos primerísimos planos nos llena de congoja (la madre ha tenido que ser sedada para soportarlo). Pero todo ello está contado con un ritmo muy lento, extremadamente lento y algo se nos oculta. Eso es lo que no entendía. Según avanza la película esas piezas van encajando. ¡El padre tiene un pasado!

El segundo acto nos traslada a un lugar apartado en medio de la nada donde un pequeño destacamento, del que forma parte Jonathan, atiende un puesto de control en una carretera por la que apenas pasan vehículos. Su director nos cuenta lo absurdo de la guerra. El tedio con el que viven su rutinaria guardia. Bellos planos (quizás con el abuso de la cámara cenital) y con alguna divertida anécdota hasta que salta el detonante, el terrible drama.

Y el tercero, nos vuelve a trasladar al hogar de los Bergman para mostrar las huellas del dolor. De tú a tú, con la serenidad de haber afrontado la desgracia de la mejor forma posible. Primeros planos, llantos contenidos, risas flojas.

El foxtrot es un baile que siempre se acaba por volver al punto de inicio. Algo así como una buena película, rematar el círculo. Una poderosa historia, de gran potencia visual, construida sobre una anécdota de la propia hija del director que contiene buenas secuencias con una cuidada estética. La actuación de sus principales protagonistas, Sarah Adler, Lior Ashkenazi  (el matrimonio Bergman) y Yonaton Shiray  (el hijo) es brillante. Bueno, tres personas y un perro que se «encarga» de recoger el dolor de su amo.

El final de la historia es un tanto simplón, fácil recurso. Hubiera merecido algo mejor construido. Pero a veces el relato te constriñe el final y… no te queda otra.

Tanto en Israel como fuera de su país Foxtrot ha cosechado importantes premios. La ministra israelí de cultura no está muy de acuerdo con ello y ha manifestado: «La película sólo representa a aquellos que la premian y no a la sociedad o al Estado de Israel. Pido disculpas a los soldados israelíes y a sus familias porque no se merecían esto». Tal vez las molestias vienen por que la cinta no deja de ser una crítica al servicio militar obligatorio en un país en que la guerra está en su ADN. Es decir, tenemos un bonito envoltorio, pero no vacío de contenido. Como se ve la libertad de creación sigue estado amenazada. Una película que obtuvo el Premio especial del Jurado en el pasado Festival de Venecia; ocho premios de la academia de cines israelí y ha sido seleccionado por su país para competir al Oscar a la Mejor película de habla no inglesa.

Un consejo: ¡Vean cine! Es una buena manera de crearse uno su propio criterio.

Tráiler de la discordia

 

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus