El mundo flotante de Kazuo Ishiguro

El mundo flotante de Kazuo Ishiguro

Premio Nobel de Literatura 2017

«Es un autor magnífico, de trabajo lento… Me recuerda el caso de Patrick Modiano, que siempre había publicado como en sordina libros excelentes y cuando le dieron el Nobel la secretaria que leyó el fallo dijo que ‘era el triunfo de la gran literatura’. En el caso de Ishiguro eso se redobla. Me parece un galardón tan inesperado como merecido.»

   Jorge Herralde, editor de Anagrama.

 

Kazuo Ishiguro es uno de los más prestigiosos literatos británicos contemporáneos. De origen japonés, escribe en inglés y su obra ha sido traducida a veintiocho idiomas. En España es poco conocido y está considerado, en general, como un autor menor. Es algo normal, porque salvo en círculos culturales reducidos, no se le ha nombrado en los grandes medios ni en la televisión, la nuestra, claro. Dos de sus novelas se han llevado al cine y han resultado ser magníficas películas, tampoco demasiado célebres en nuestras pantallas, salvo para aquellos a los que nos entusiasma el cine con clase. Y si el séptimo arte se fusiona con literatura de calidad, alcanzando niveles de cultura exquisitos, nos sentimos como los dioses del Olimpo, o en éste caso el panteón Shinto, libando ambrosía.

Descubrí a Ishiguro en una librería de Notting Hill, relativamente cerca de donde situó la suya el guionista del filme homónimo, en una calle aledaña a Portobello Road. Aquel era uno de esos libros que te encuentran, así que seguí sus deseos y lo compré. Era una novela de título sugerente: Un Artista del Mundo Flotante. Me cautivó trasladándome a un espacio desconocido para mí: el pintor que al final de su vida busca la autenticidad del hombre a través de la evolución expresiva en su propia obra artística estableciendo paralelismos con el devenir de una sociedad japonesa contemplada a través de la bruma…

El joven Kazuo quería dedicarse vocacionalmente a la música y escribió cientos de letras de canciones, lo que le condujo al mundo de la literatura, el suyo propio, con un estilo único y un ritmo particular, creando cada obra como un universo singular y otorgándole el tiempo necesario.

Mis amigos y yo podíamos pasarnos la noche entera discutiendo sobre las letras de las canciones (de los cantautores). Escribí más de un centenar, llenas de entusiasmo juvenil, y sólo a partir de ahí pasé luego a los relatos cortos y a la literatura».

«Nunca he sentido la necesidad de escribir más rápido. Nunca pienso que deba contribuir a la cantidad de libros. Es más importante escribir uno que aporte algo diferente»

Kazuo Ishiguro, perdonen el inciso disonante del símil futbolístico, escribe sus obras como Pelé se movía en un estadio. Si con balón era un genio, sin él era un jugador inigualable. Algo así sucede en el mundo literario de Ishiguro. Es un mago con las palabras, pero para llegar a la esencia, a la naturaleza completa de su obra, hay que comprender también el mensaje entre líneas, en sus silencios, sus apócopes, su ritmo, insinuaciones; además de llamadas de atención, y los elegantes y sutiles desafíos a la inteligencia del lector.

«Una de las primeras cosas clave que aprendí escribiendo letras de canciones —y esto tuvo una enorme influencia en mi ficción— es que… el significado no debe ser autosuficiente en el texto. Tiene que ser oblicuo, a veces tienes que leer entre líneas».

Tras el gran éxito internacional de su tercera novela. Y la primera que se publicó en España, Los restos del día, que posteriormente tomó el nombre de la película Lo que queda del día, adaptada al cine por Harold Pinter (otro Nobel) y de la que Ruth Prawer Jhabvalá hizo un guion fastuoso, capaz de enamorar a cualquier ser humano con una pizca de sensibilidad. Del resto se encargó la Ivory Merchant, la productora más elegante de la vieja Europa.

A partir de aquí, su editorial en España tradujo sus dos primeras novelas, incluida la que tanto imán tuvo para mí. Aquel escritor estructuraba como Thomas Mann o Isaac Bashevis Singer, pero escribía con la sutileza de Kawabata, la profundidad de Mishima, la rotundidad de los silencios de Oé y era capaz de llevarme al Japón encorajinado de preguerra. Ese imaginario Japón al que trataba de revivir tras ser derrotado y bombardeado, con aquel protagonista consciente del rumbo elegido y el fin que le mueve, pero auto engañándose sobre su propio papel. Todo lo contrario que el mayordomo inglés del señor estadounidense que ha comprado la mansión en la que se barajaron las cartas peor jugadas de la diplomacia británica, cuando el torpe Neville Chamberlain se reunía allí con diplomáticos alemanes para detener lo inevitable. Éste sí que se engañaba y mentía, tanto antes como después de la guerra mundial, único paralelismo entre el necio personaje y el protagonista de la joya descubierta en Londres.

«Todo el mundo quiere ser percibido de una manera determinada, se preocupa por cómo se ve a sí mismo y por cómo lo ven los demás, y en este complejo universo entran en juego las inseguridades…, los prejuicios, etcétera».

 

Años más tarde, un día lluvioso de primavera, decidí disfrutar de uno de mis habituales paseos a  cubierto por una librería de Valladolid. Tras paladear el olor de los libros y curiosear aquí y allá, mis ojos se posaron en una nueva novela de Ishiguro. No me pude resistir. La emoción me hizo olvidar aquellas pesetas que cambiaron de manos… y al año siguiente dejarían de existir.

La nueva obra de arte se llamaba Cuando fuimos huérfanos y el autor me volvió a atrapar. Esta vez el escenario es la China anterior a la guerra, en la que un niño británico nacido allí ingresa en un orfanato anglosajón al perder a sus padres con nueve años. Al crecer busca la realidad sobre su orfandad, frente a la verdad que se había auto inoculado desde el comienzo de la historia, en un Shanghái nacionalista y lleno de extranjeros que desean huir… Porque por el este vienen los japoneses y por el oeste avanzan los comunistas del sanguinario Mao, y ronda la mafia. Se puede sentir el miedo y respirar la incapacidad de aquella república nacionalista de Chiang Kai-Shek para sobreponerse a tanta adversidad.

Aquí Ishiguro crea un protagonista que nace de sus lecturas de Conan Doyle, porque el huérfano adulto es detective privado, y su cliente es él mismo, a la caza de la realidad sobre la desaparición de sus padres; que es su propia verdad. Verdad que, como los protagonistas de todas sus novelas, anteriores y posteriores, tratan de ocultarse a sí mismos aunque a la vez la busquen desesperadamente. Es esa contradicción continua que, el desde ayer Nobel, otorga a la naturaleza del ser humano para agitar las certezas del lector.

 

Pasaron los años y continué leyendo más libros de Ishiguro y de otros autores, también británicos y también japoneses, pero no volví a sentir ese magnetismo, el desasosiego y el amor por las letras hasta que llegó Nunca me abandones, donde una mujer narra su historia y la de unos compañeros del internado mixto de Hailsham. Todo en el lugar parece normal, como en cualquier colegio estudian y aprenden… pero el destino de los alumnos ya está decidido… El autor plasma la idea de Novela de Iniciación, al estilo de Bajo las ruedas, la escalofriante narración de Hesse, y transforma la Bildungsroman de tradición germánica en una novela futurista, donde no hay viajes estelares ni ropas extrañas, sino un internado que en realidad es una granja donde sus moradores son criados como donantes vivos de órganos para la gente de verdad que vive fuera, con la que no se relacionan. De hecho, la estructura de la novela refleja la asfixiante vida de la mujer que se dedica a visitar a donantes múltiples y que ha sido una de ellos, con todos sus recelos y sentimientos de culpabilidad adosados en esa expresión tan británica de la vida que es “everybody carries his handbag”; convirtiendo así a Kathy H, una persona amable y sensible con sus compañeros, en una tirana del futuro inmediato. Cada conversación, cada diálogo de esta novela es tan rico como sus descripciones, e Ishiguro aprovecha el espacio entre ambos desarrollos narrativos para deslizarse sutilmente entre líneas invitándonos a llegar, como lectores, a nuestras propias conclusiones acerca de la historia tan rica, de su narradora y del resto de personajes, tan pobres al irse conociendo su gris futuro.

 

En definitiva, el comité del premio vuelve a acertar con alguien que es capaz de trasformar la narrativa, la angustia, la conciencia, en belleza, profundidad y  sensibilidad. Pura exquisitez literaria. En un mundo donde casi todo va encaminado a la masa, con escaso cociente intelectual o sin interés por la cultura; que haya alguien que apueste por el estímulo de la inteligencia de sus lectores, respetándoles y llamándoles a la reflexión tras la lectura, es un valor a aplaudir. Esperemos que no suceda algo similar a lo que ocurrió el año pasado con Bob Dylan… al menos la mayor parte de la obra de Ishiguro está bien traducida al español y muchos, afortunadamente, habrán corrido a adquirirla. Disfruten de su lectura, es un lujo.

«Considero que algunas de las grandes obras de arte del siglo XX han sido creadas por cantautores».

Gracias infinitas y enhorabuena, sensei.

Carlos Ibañez – Pilar Cañibano

Revista Atticus