Entrevista a Augusto Ferrer-Dalmau – La épica del pincel

Entrevista a Augusto Ferrer-Dalmau – La épica del pincel

 

“Una pintura es un poema sin palabras”

Horacio

 

 “Si está en la imaginación, existe”

Picasso

(El pasado 1 de septiembre de 2017 el Gobierno concede a Augusto Ferrer-Dalmau Nieto la Gran Cruz del Mérito Militar, con distintivo blanco. Este es un buen motivo para publicar la entrevista que a finales del año pasado realizamos al gran «pintor de batallas» en su estudio madrileño. Le damos nuestra más sincera enhorabuena. La extensa entrevista la publicamos íntegra, en dos partes -debido a su extensión-, Mañana la segunda entrega. Recordamos a nuestros lectores que la misma se encuentra publicada en nuestra edición impresa Revista Atticus Siete, enero 2017.

Detalle del «rincón de los pinceles». Estudio de Augusto Ferrer-Dalmau

Es francamente difícil obviar lo evidente, aunque este país sea un gran  especialista. España atesora, parece que aún sin saberlo, la más rica de las historias y muchos grandes héroes, que salieron de esta piel de toro que Heródoto describiese en los albores del clasicismo griego. Por eso, este rebelde con causa decidió hace años apostar por ellos, por todos esos españoles que se dejaron la piel, la sangre, las extremidades y la vida por el orgullo de portar la bandera española, bien con la cruz de Borgoña, la bicolor borbónica, e incluso la tricolor republicana.

Augusto Ferrer-Dalmau es ese inconformista que se manifiesta, inasequible al desaliento, a través de su obra. Sus amigos, la lectura, la documentación y una titánica voluntad le ayudan a crear, recrear en su imaginación, las escenas de sus pinturas. Ya preparado y armado con sus pinceles, planta cara a la amnesia vergonzante española y, tras luengos combates, deja constancia de batallas y acontecimientos históricos en los que hubiese un soldado español.

Movidos por el entusiasmo, la curiosidad y el interés por conocer a Augusto y saber cómo crea sus cuados Ferrer-Dalmau, entrevistamos al pintor en su estudio, rodeado de recuerdos militares y pictóricos. Está situado, paradojas de la vida, en la capitalina calle con nombre de uno de esos héroes defenestrados de este rincón del mundo, aunque lo retratase el mismísimo Velázquez recibiendo las llaves de Breda de la mano del derrotado Justino de Nassau.

Catalán de nacimiento, vallisoletano de adopción, madrileño de afincamiento descubrimos y admiramos, aún más si cabe, a la persona y al artista, Augusto Ferrer-Dalmau, español y «pintor de batallas» en toda su esencia.

Revista Atticus. Desde hace unos meses eres académico de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en Sevilla. ¿Cuál es la sensación íntima de un artista cuando es nombrado académico?

Augusto Ferrer-Dalmau. Yo creo que el mayor premio que puede tener un artista es ser académico, eso por descontado. Y la Academia de Santa Isabel de Hungría, si no recuerdo mal, es de las más antiguas de España. Uno de sus fundadores fue Murillo. Es un prestigio. Además, la Academia de Santa Isabel de Sevilla es mucho más clásica en temas de pintura. Para mí es el mayor reconocimiento que puede tener un artista, al margen de cualquier premio. A mi edad, con cincuenta y dos años… de todo lo que me han dado hasta ahora, es el que más ilusión me ha hecho.

RA.: ¿Qué te aporta como artista y como persona?

AFD. Como persona es una satisfacción personal, que me reconozcan mi trabajo. Y profesionalmente, lo mismo. Es valorar mi pintura y darla a conocer. El hecho de que sea académico es un valor añadido a mi obra.

RA.: ¿Te ha cambiado?

AFD. No, no me ha cambiado. Mi vida no ha cambiado, mi trabajo es el mismo, mi vanidad sigue siendo la misma; nunca la he tenido.

RA.: ¿Es, quizás el reconocimiento que más te ha llenado?

AFD. Sí, sí. Me hizo mucha ilusión, porque yo pensaba que mi obra no tenía cabida en el mundo del arte, y en Sevilla la han valorado. Quizás en otros sitios… en Arco y en estos mundos nunca entre mi pintura, pero que una Academia de este prestigio me haya reconocido es una satisfacción que no me esperaba.

Augusto Ferrer-Dalmau dando los últimos retoques a La batalla de Pensacola

RA.: ¿Estás de acuerdo con el planteamiento expuesto sobre que eres el creador de una nueva corriente?

AFD. Mucha gente lo dice. Es más, cuando comencé con mi pintura era una rara avis. La gente decía: y este… ¿dónde va?… Pintaba cuadros de caballería, ecuestres, temas militares. Tras recorrer las galerías en Madrid… la sorpresa fue que tuvo mucha aceptación. Contra todo pronóstico, a la gente le gustó mi trazo y… se ha convertido en una corriente, que muchos pintores, incluso mayores, están empezando a seguir. Quizás por eso el reconocimiento de la Academia.

RA.: ¿Cómo debería llamarse dicha corriente?

AFD. En otros países existía el pintor batallista. Francia e Inglaterra tenían y Estados Unidos lo tiene. España no tenía como tal, eran artistas que pintaban su época. Por ejemplo, si el rey encargaba un cuadro, lo pintaban, pero podían pintar también cuadros históricos, paisajes, temas variados, retratos… Sin querer, hemos creado una corriente que tiene mucha aceptación.

Arturo (Arturo Pérez Reverte) me llamó así, me rebautizó… y me enterrarán como «pintor de batallas». Cuando la gente va a ver la obra de teatro El pintor de batallas, dicen…. esta es la de Ferrer-Dalmau, y no es así. Arturo escribió la obra antes de conocerme, no tiene nada que ver conmigo

RA.: La República Democrática de Georgia te ha distinguido, entre otras condecoraciones, como «Sacerdote del Arte» con la medalla de oro y diamantes, máximo galardón otorgado por el gobierno de Georgia. Diploma y medalla entregados en mano por su ministro de cultura durante una ceremonia exprofeso en tu honor. ¿Para cuándo un reconocimiento similar en España?

AFD. [Ríe] Esto va a ser muy, muy… España es muy difícil, es otro concepto. Para Georgia, que un pintor extranjero pintara su historia y fuese con sus soldados a la guerra, para ellos es, culturalmente, una cuestión de estado. Además tengo una sala en el Museo Nacional de Arte de Tiflis con mi nombre y mi obra. Fue importante para mí. España es un país muy difícil, «is different».

RA.: Eres Académico numerario en la Academia de la Diplomacia, ¿qué responsabilidades tiene un académico y con cuáles crees que además debes colaborar como tal?

AFD. Me hicieron académico de número de la Diplomacia, donde también está el ministro de exteriores Margallo y Alfonso Ussía, gente que nos esforzamos por exportar la imagen de la historia española. Se vende y se ve mucho en redes sociales fuera… todos luchamos por darla a conocer. Como académico de número, mi responsabilidad es seguir con esta trayectoria. Intentar dar a conocer mi obra, la historia de España en el extranjero. Como siempre digo, un cuadro, cuando lo saco a la calle, ya deja de ser mío, pertenece a todos los españoles. ¡¡Jamás será mío un cuadro que pinte!! ¡¡Es libre!! Yo no hago más que transcribir… Dar a conocer la historia de España en la Academia es mi misión.

Pilar Junquera, Carlos Ibañez, Augusto Ferrer-Dalmau y Luisjo Cuadrado en el estudio madrileño del pintor

RA.: ¿Cómo se siente Augusto sabiendo que un premio lleva su nombre?

AFD. [Ríe] Hace ilusión tener un premio con tu nombre, y sobre todo, porque los que lo reciben son amigos y conocidos. Pero, además, me apetece pasar un rato muy agradable con la persona que lo recibe. Se lo hubiese regalado igual, sin ser un premio. Son personas muy cercanas, amigos, y se merecen… eso y mucho más.

RA.: Si pudieras decidir, ¿hacia dónde te gustaría que fuera la Academia?

AFD. El camino que ha tomado está muy bien. Está trabajando muy a fondo para dar a conocer la imagen de España fuera de nuestras fronteras, sobre todo a nivel cultural. Mi cometido, en este aspecto, es realzar nuestros valores. La Academia está haciendo una labor magnífica. Hay gente con  muchísimo nivel, primeras espadas, y trabajan incansablemente. En este momento, está previsto un reconocimiento al exministro Margallo, junto con el cuerpo diplomático y embajadores. Hay muchos actos programados fuera de España. Muy bien, muy bien…

RA.: Un gran ministro…

AFD. A mí me gusta mucho. Y sigue su guerra particular al borde del Peñón. Ahora ha abierto una línea nueva «pro el Peñón», y vamos a apoyar, la Academia va a respaldar el proyecto de Margallo.

 RA.: ¿Qué premio de los que no tienen que ver con la pintura o la vida militar le gustaría tener a Augusto? Por ejemplo, el Premio Princesa de Asturias.

AFD. Sería muy bonito, pero falta mucho aún para llegar a eso… Tiene mucho reconocimiento y mucho prestigio. Están bien estudiados por lo que he visto…

Algo muy hermoso…

 RA.: Entre los premios, son los más cuidados. Con nuestros respetos a Suecia, están mejor planteados que los Nobel.

AFD. Sí, sí. Una de las medallas más reconocidas es el Premio Príncipe de Asturias –ahora Princesa de Asturias-, que, incluso, está más cuidada que el Nobel. A día de hoy, es uno de los premios con más prestigio y que escoge sus candidatos con más recelo y esmero.

RA.: Como Académico que ahora eres, ¿crees que las academias deben seguir siendo inconexas entre ellas o deberían tener un órgano conjunto con el fin de defender y proyectar la cultura, además de fomentar las relaciones internacionales y de ser un ente asesor, independientemente del color de quien ostente el gobierno?

AFD. Las academias deben permanecer fuera de cualquier gobierno, eso por descontado, pero creo que no es así. Deberían estar unidas porque la cultura española es la misma. El artista que expone en Sevilla, Madrid, Bilbao, Barcelona… es el mismo y es español. Por lo tanto, debería haber una unión entre las academias. Es entendible que cada ciudad, cada región, cada territorio tiene su idiosincrasia… pero la cultura es de todos los españoles, y debería haber, en mi opinión, un vínculo entre todas las academias, un organismo independiente que, como nexo, las unificara.

RA.: Dada tu trayectoria, ¿para cuándo una cátedra Ferrer-Dalmau y tu propia Fundación?

AFD. [Ríe] ¿Fundación?… Pues la verdad es que no me lo he planteado jamás. Supongo que cuando esté muy muerto y ya hecho cenizas… a lo mejor alguien… No tengo tiempo… ni…

 RA.: Hace casi dos años, antes de contactar la primera vez contigo, que trabajamos en un proyecto… en él incluimos crear una Fundación de Ferrer-Dalmau en Valladolid, teniendo en cuenta que te trasladaste de Barcelona y te estableciste en Valladolid, sería la manera de que tuvieras en la ciudad un reconocimiento continuado

AFD. Pues estaría bien, muy bien.

 RA.: ¿Y una cátedra…?

AFD. Cuando haya personas con mentes afines con mi trabajo, que consideren que lo merezco…yo estaría encantado de participar

RA.: ¿Has pensado en tener discípulos además de émulos?

AFD. Me lo han preguntado muchas veces. El problema es que como soy autodidacta, no sabría cómo explicarme. Para poder dar clases, tendría que comenzar por analizar mi forma de trabajar. Cuando empiezo un cuadro, no sé cómo lo hago. De la imagen que tengo en la cabeza, primero pongo varios trazos en el lienzo, pero no tiene nada que ver con cómo acaba. Comienzo el cuadro con una idea… Pongo una figura aquí, una pequeña estructura, otra figura allí, unas líneas, unos bloques, hago unas reglas y luego pinto directamente al óleo sobre el lienzo… Me expreso mucho mejor, me resulta más sencillo pintar que dibujar. Soy mejor pintor que dibujante. Pinto directamente. Me pongo, hago los volúmenes y voy definiendo por partes. Empiezo por la izquierda, porque así puedo apoyar la mano para no manchar. Voy pintando de izquierda a derecha, y definiendo cada figura.

La primera imagen es la más importante, porque es la que me marcará la intensidad y el color de todo el cuadro…Y si no termino una figura y no la dejo bien, no continúo a la siguiente.

Cualquiera puede decir: ¡cómo pinta! Pero no tengo una escuela, un academicismo…

 RA.: Pero el academicismo nace de la experiencia, no al revés…

AFD. Ya. Claro, ya. Yo sólo puedo decir que mi forma de trabajar es ésta. Interiormente, necesito terminar una imagen para pasar a la siguiente. Nunca me gusta dejar nada atrás, sin hacer. Luego, cuando acabo todo, lo miro de lejos y entonces puede faltar un detallito. Pero tengo que irme definiendo para no desorientarme. Tendría que cambiar el concepto de cómo trabajar. Sí, podría hacerlo, pero necesitaría primero analizarme a mí mismo para poder transmitirlo. Ese es el problema de los que somos autodidactas, que no tenemos escuela.

Cervantes en Lepanto

RA.: Ahora que has pintado a Miguel de Cervantes, que se confesó siempre soldado, ¿has reflejado sólo a Cervantes, el tercio viejo en Lepanto, o a la figura del hombre en conjunto, dada la profundidad del rostro y lo penetrante de su mirada?

AFD. Yo tenía la imagen de que Cervantes, en realidad, era un «tío puesto». Tenía fama de ser un donjuán.

RA.: De joven era guapísimo.

AFD. Era un crápula, un «tío guaperas». Shakespeare tiene esa fama, pero Cervantes no tiene nada que envidiarle, al revés, y había que darle un giro a su imagen. Tenía la idea de pintar un soldado español, apuesto, con gallardía. La imagen del español. Quiero la imagen del Cervantes joven, no la que solo nos ha llegado: un viejo enjuto, con arrugas, barbita escasa, medio calvo y escribiendo encorvado con una pluma, cuando había sido un gran soldado y un tío «echao pa lante».

¡No! El verdadero. Además, hay que reconocer que Cervantes fue ahí, como soldado de Tercio Viejo en Lepanto, donde empezó su carrera. Luego fue prisionero en Argel. Ese es el inicio de Cervantes. Fue un gran soldado, un valiente. Le hirieron por todos los lados. Vivió y murió como soldado.

RA.: Pinheiro da Veiga, en Fastiginia, habla de él como un hombre desenvuelto, con simpatía, don de gentes, con un carisma especial… y eso está por escrito… y ya era mayor…

AFD. Sí, sí. Además era rubio, porque él se describe a sí mismo con cabellos de oro, ensortijados y plateados con la edad. En aquella época, rubio, apuesto, con cierta altura, una buena figura. En el cuadro le he pintado como lo que era, un español bragado, espada en mano y mirando de frente…

 RA.: Tiene una dignidad…

AFD. La imagen del español, un guerrero, un caballero, un soldado.

Todos los españoles son valientes, aunque no lo saben, pero cuando hay motivación suficiente, hasta el último, vayan como vayan vestidos… si les toca luchar como soldados, son Cervantes. Somos orgullosos y tenemos ese punto de dignidad, incluso de chulería, de arrogancia. No somos cobardes.

Siempre he dicho que el español es capaz de lo mejor y de lo peor, pero pon un español en algún sitio y dejará de ser imposible. Nos respetan y prefieren en todo el mundo. La imagen del español está por encima, con un prestigio que no se ha borrado en siglos. Y seguimos demostrándolo y manteniéndolo. Somos una garantía. Somos un pueblo muy divertido pero guerrero y a veces nos zurramos entre nosotros. Nos damos de bofetadas entre vino y vino…

RA.: ¿Estás de acuerdo con Victor Hugo en que lo malo de conseguir la inmortalidad es que hay que morirse?

AFD. Sí, desgraciadamente. Y más en España. Muerto y bien muerto para que te reconozcan. Si estás vivo te ponen a parir. La envidia en España es lo peor que hay. Te tienes que morir, y si además te mueres de una muerte desgraciada, mejor todavía.

RA.: ¿Por qué crees que España es siempre madrastra de sus héroes? ¿Es Ferrer-Dalmau un pintor protesta, reivindicador, en este sentido?

AFD. ¡Sí! Lo tengo clarísimo. Mi objetivo en mi pintura es reivindicar, por encima de cualquier crítica. Me da igual lo que digan… Mi  trabajo, mi afán, es una reivindicación. Si el cine y los medios no lo hacen, alguien tendrá que hacerlo. Alguien tiene que poner en imágenes el esfuerzo de la historia española en el mundo, a estos militares y a esos millones y millones de soldados, familias que han perdido hijos para que España sea lo que es ahora. Indiscutiblemente, hay que reivindicarlo.

El precio de la victoria. Batalla de Bailén, 1808

 RA.: ¿Te gustaría, por ejemplo, hacer el storyboard de alguna película, precisamente siguiendo con el propósito de reivindicar este u otro tema que te interese?

AFD. Echo de menos algún género de películas americanas en España. En las españolas que veo, siempre hay un hilo pacifista raro, o una crítica tergiversada a la conquista de América. No sé la que se anuncia ahora, 1898, Los últimos de Filipinas, los tráiler que he visto… En general, no son capaces de reflejar la mentalidad de un hombre del siglo XIX. Ponen la mentalidad de un hombre del siglo XXI en una película del siglo diecinueve. Un hombre de hace dos siglos pensaba de una manera diferente, tenía otro concepto de la vida y del orden, y de lo que era lo principal y los valores. Y eso es lo que el cine español no hace bien. Por favor, infórmense, y verán cómo pensaba un hombre de entonces. Un soldado en la campaña de Cuba no se planteaba poner en entredicho al mando, ni se le ocurriría. No se preguntaba si lo estaba pasando mal o bien. Para muchos hombres era un orgullo ser soldado y era, además, una salida, porque en su pueblo comían un día sí y otro no, y en el ejército comían todos los días. Y era importante porque, además, salían de su pueblo, que, como en el caso de Extremadura por ejemplo, se comían las piedras e iban a América. Para ellos era un orgullo, el no va más.

¿Qué tenía un hombre español en aquella época? Dignidad. Sólo su orgullo y su dignidad y si perdía eso, no era nada. No tenía dinero. Era un soldado de levas… que no podía pagar la cuota. Lo único que le quedaba era poder llegar a su pueblo con orgullo. Y, por eso moría.

El cine español recoge una mentalidad del siglo XXI, no lo puedes comparar. Sin embargo, el  americano lo plasma bien, y el inglés, mucho mejor.

 RA.: Capitán Conan, de Bertrand Tavernier, es, en ese sentido, la que mejor transmite la psicología temporal.

AFD. Sí, esa está muy bien y también Master and Commander. Refleja la mentalidad del siglo XVIII. El tema de las amputaciones era normal en esa época y no suponía ningún trauma, pero con la vida actual es imposible entenderlo. A mí me gustó mucho La Vaquilla. Plasma el carácter español… porque Berlanga vivió la Guerra Civil, y sabía cómo pensaba el soldado…

 RA.: Lo hizo muy bien, porque además, es muy divertida…

AFD. El brigada veterano hablando con otro brigada, con los pies en la trinchera, los dos profesionales, pasando de un lado… ni republicanos ni nacionales, ni nada… Berlanga era un genio. Refleja el soldado español de la Guerra Civil, no lo qué están escribiendo ahora, ¡que nada tiene que ver!

No se habla, por ejemplo, del soldado republicano… La verdad no se parece, ni de lejos a lo que se cuenta. Eran sólo hombres, igual que los nacionales, a los que les había tocado ahí, y no se podían permitir el lujo de preguntarse si estaba bien o mal. Su vida era vivir, sobrevivir y pegar tiros. No había planteamientos filosóficos… Para un soldado español, antes muerto que perder el honor. O llegar a su pueblo como un cobarde. Era lo peor que le podía pasar. A él y a su familia, a sus descendientes.

 RA.: De todos los recursos a tu alcance, además de tu ya más que merecida fama, ¿cuáles son tus preferidos o más beneficiosos para continuar difundiendo tu obra? ¿Qué medios consideras que actualmente son los idóneos para la divulgación del arte?

AFD. Las redes sociales tienen una potencia importante de difusión de la historia y de mi obra, sobre todo entre los más jóvenes, que las utilizan cada vez más. Luego hay un público culto que lee los periódicos, como el ABC, donde colaboro muy a menudo, y otros medios de comunicación, como por ejemplo vuestra revista, para personas que, quizás, no entran tanto en las redes sociales. Pero, el objetivo prioritario está en esos chavales jóvenes que están en las redes sociales. Ahí es donde hay que comunicarles el mensaje. Y la verdad es que estoy teniendo mucha difusión. Muchos jóvenes se están enganchando al carro. Apoyan los cuadros.

[Sonríe divertido, y repite algunos mensajes que le han llamado la atención:

  • «Ke bonito oye kolega!!!»
  • «Joer ke xulo!!!»
  • «Ke Kojonudo»
  • «Kag’on la ostia ke bueno es»]
[Ríe abiertamente]
  • Todo con k.

Esta es una buena herramienta. Sí, sí… Ves que lo comparten chavales de quince… o veinte años y lo mueven por todos los lados. Y eso llega. Ese es el futuro. Las personas de nuestra edad leen, lo ven, lo conocen, pero ellos, los jóvenes, son el futuro… Es donde está el camino.

(continuará)

Pilar Junquera Gago – Carlos Ibañez Giralda

fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus