José Manuel de la Huerga gana el XV Premio de la Crítica de Castilla y León

XV Premio de la Crítica de Castilla y León

José Manuel de la Huerga gana el XV Premio de la Crítica de Castilla y León con su libro Pasos en la Piedra

 

El escritor narra en una novela coral cómo se vivió la histórica Semana Santa de 1977 en Barrio de Piedra, una imaginaria ciudad castellana.

 

El escritor José Manuel de la Huerga (Audanzas del Valle, León, 1967) ha ganado con su novela Pasos en la piedra el XV Premio de la Crítica de Castilla y León 2016, que organiza el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. El jurado del galardón, reunido hoy en Ávila, decidió premiar entre los diez libros finalistas publicados el pasado año a esta obra editada la pasada primavera por el sello Menoscuarto.

Pasos en la piedra es una novela coral que narra cómo se vivieron en una imaginaria ciudad de la meseta castellana –Barrio de Piedra, creada por José Manuel de la Huerga– los agitados e históricos días de la Semana Santa de 1977. Cinco jornadas marcadas por un ambiente enrarecido y la necesidad de apertura democrática, de libertad, en España y, en concreto, por la legalización del Partido Comunista aquel famoso sábado santo que ha pasado a la historia como sábado santo rojo. Dentro de pocos días será el cuadragésimo aniversario.

Barrio de Piedra aparece ya en la anterior novela del escritor y poeta, Solitarios,  aunque toma protagonismo y dimensión tres años después. José Manuel presentó Pasos en la piedra en Valladolid en abril del pasado año acompañado del historiador Enrique Gavilán y el humorista gráfico Rafael Vega, en el Museo Nacional de Escultura, como no podía ser de otro modo.

 

Cómo empezar, más allá de la nota oficial reproducida a modo de introducción, una reseña sobre una novela de un amigo sin caer en el compadreo, tan poco profesional, o alejándose hasta la profilaxis como un esteta mal entendido. Así que hablaré de las múltiples virtudes de José Manuel de la Huerga como escritor y de su único defecto.

 

Comienzo por el pero. Su fallo es que no aparece en los habituales grupos mediáticos, pretendida y pretenciosamente culturales, sino que publica con una editorial palentina de las que los que escribimos denominamos heroicas y que mantienen alto el pabellón y las picas ante tanto ataque de acción y de omisión.

 

Ahora vamos a las virtudes, que son muchas, de manera que, emulando a Jack el destripador, iremos por partes. Lo primero es que es un poeta, y en Pasos en la Piedra esta faceta queda clara en varios personajes y en muchas de las descripciones sobre la semana santa, tan zamorana, riosecana y vallisoletana que amalgama, como digo, con una poética narrativa tan profunda que nos congela de frío y nos llena de calor al aroma de un cigarro puro fumado por un tallista poliomielítico enamorado de un pino al que desea transustanciar en arte gracias a una visión tan poética como, insisto, el propio autor.

José Manuel, además, nos transmite la sensación de que el arte de escribir es un juego entre ideas y palabras que hace pensar en la literatura como algo sencillo. Nada más lejos de la verdad. Cuando profundizamos en sus obras, se descubre lo intrincado de sus historias provincianas y universales, crudas y tiernas, sensuales y asépticas sin solución de continuidad consiguiendo que el lector, el de verdad no el de hagiografías y otro tipo de fulaneos mediáticos, se convierta en un barriopetrino más.

Recuerdo de mi niñez unos seat seiscientos recorriendo con banderas de la entonces URSS la calle Gabriel y Galán en dirección a la plaza de Rafael Cano, en mi hoy añorado barrio de La Pilarica, y José Manuel de la Huerga me inocula con su magnífico texto aquella sensación de desasosiego que siempre produce lo desconocido. Ésta es otra de sus virtudes, la evocación, que a veces muda en saudade y otras, en sonrisas. Es un mago de la nostalgia sin que sus escritos sean melancólicos.

Y, por último, y así no extenderme para disgusto de  mi editor, aunque podría hacer un ensayo sobre las virtudes de José Manuel, destacar el erotismo como marca indeleble de su literatura. Siempre latente y, a veces, presente. Y en la historia asociado al equinoccio primaveral, desatando vehementes arrebatos y ansias de libertad. Esa atracción carnal por la vida demostrada aquí en el amor a los haikus (o jaikus, como escribe el autor) del poeta anacoreta Pino, en el imaginero contemplando a la muchacha magrebí desnuda junto a una talla de Cristo muerto restaurada en su chiribitil, en la pasión sexual del baño helado en las aguas del Duero de ésta y su joven enamorado, seminarista absorto en la belleza de la mora. Y, cómo no, en Germán y sus recuerdos sobre el ardor del sexo con su novia en Madrid, que parece otro mundo al regresar a aquel lugar anclado en un pretérito imperfecto bautizado por su autor Barrio de Piedra.

 

Sólo me queda dar las gracias a José Manuel por su obra y al jurado por el reconocimiento, repito con orgullo, de un amigo.

 

Carlos Ibañez / Pilar Cañibano

Revista Atticus

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