Crítica de Whiplash de Damien Chazelle

Whiplash de Damien Chazelle, una de las grandes sorpresas

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Ficha
Película: Whiplash.
Dirección y guion: Damien Chazelle.
Interpretación: Miles Teller (Andrew), J.K. Simmons (Fletcher), Melissa Benoist (Nicole), Paul Reiser (Jim), Austin Stowell (Ryan), Nate Lang (Carl).
País: USA. Año: 2014. Duración: 106 min.
Género: Drama.
Producción: Jason Blum, Helen Estabrook, Michel Litvak, David Lancaster.
Música: Justin Hurwitz. Fotografía: Sharone Meir.
Montaje: Tom Cross.
Diseño de producción: Melanie Jones. Vestuario: Lisa Norcia.
Distribuidora: Sony Pictures Releasing de España.
Estreno en España: 16 Enero 2015.
Calificación por edades: No recomendada para menores de 12 años.

Sinopsis
Andrew Neiman es un joven y ambicioso baterista de jazz, absolutamente enfocado en alcanzar la cima dentro del elitista conservatorio de música de la Costa Este en el que recibe su formación. Marcado por el fracaso de la carrera literaria de su padre, Andrew alberga sueños de grandeza, ansía convertirse en uno de los grandes. Terence Fletcher, un instructor bien conocido tanto por su talento como por sus aterradores métodos de enseñanza, dirige el mejor conjunto de jazz del conservatorio. Fletcher descubre a Andrew y el baterista aspirante es seleccionado para formar parte del conjunto musical que dirige, cambiando para siempre la vida del joven. La pasión de Andrew por alcanzar la perfección rápidamente se convierte en obsesión, al tiempo que su despiadado profesor continúa empujándolo hasta el umbral de sus habilidades e incluso de su salud mental.

Comentario
Whiplash del joven Damien Chazelle (apenas ha cumplido 30 años) ha sido la gran sorpresa del año pasado. Espera ser la revelación de este año en la gala de los Óscar si recibe algún galardón tras sus cinco nominaciones. De momento ya ha conseguido el Globo de Oro al mejor actor de reparto (J. K. Simmons) además de otros premios y nominaciones en diversos festivales. En la anterior edición de la SEMINCI se llevó el premio al mejor nuevo director.
Para mí es una de las mejores películas del año (entiendo como tal de febrero a febrero, por aquello de los Premios Óscar). Por lo menos es la película que más me ha transmitido en los últimos meses. Voy a ver si soy capaz de contagiarles un poco de esas sensaciones.
Básicamente la historia se puede resumir en cuatro líneas. Andrew Neiman (Milles Teller) es un ambicioso joven que desde muy pequeño toca la batería. Se encuentra en uno de los centros más elitistas de la Costa Este para llevar a cabo sus sueños: ser uno de los grandes. Se inspira en temas de Buddy Rich o Charlie Parker (entre otros). En esta prestigiosa institución da clases uno de los mejores profesores, Terence Fletcher (J. K. Simmons) que ejerce labores de profesor y director de una pequeña orquesta. Su fama le precede. Es estricto y sus métodos rayan con el maltrato tanto físico como sicológico. Es temido y deseado a partes iguales. Figurar en su orquesta da mucho prestigio. Fletcher se fija en Andrew y el joven ve una posibilidad de acercarse a su objetivo.

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Y ahora… comienza el espectáculo. Desde el primer momento la música te atrapa. Vemos al alumno Andrew ensayando una y otra vez en una de las aulas del conservatorio, en lo que parece ser la madrugada. Y también vemos aparecer al carismático profesor Fletcher en busca de miembros para su banda. Busca lo mejor de lo mejor. Busca la excelencia. Su método está al alcance de muy pocos. Pide pasajes muy concretos en su tempo justo y sin demora. Rápido. No puedes fallar. Más tarde veremos como a un posible candidato lo desprecia simplemente porque se le ha caído la partitura antes de empezar a tocar. Ni se molesta en decirle nada, ni de darle una oportunidad. «A ver tú, el siguiente». Esto predispone al espectador para estar atento. Ni pestañeas, no te mueves de la butaca. La tensión que crea este hecho se palpa en el resto de los miembros de la banda, que ni se atreven a levantar la vista, no siendo que los improperios cambien de rumbo.
Fletcher es un ser desalmado. Un abusón. Echa mano de Maquiavelo. El fin justifica los medios. Su papel está en las antípodas del profesor Sean Maguire (Robin Williams) en El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997). Es más cercano al papel del sargento mayor Hatman en La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987). Incluso el porte de Fletcher, su camiseta negra, su complexión musculosa, su sombrero (en recuerdo a la gorra militar) todo hace pensar que estemos ante un férreo sargento de hierro (muy lejos, por cierto, del papel de padre compresivo en Juno de Jason Reitman -2007). Los primeros momentos con el alumno son claves. Le atrae, le camela, se le insinúa como si en él Andrew fuera a encontrar a un colega. Pero lo único que ha perseguido es sacar tres datos de su vida privada, que no dudará luego en espetarle a la cara para hacerle el mayor daño posible. Es así como actúa. Te lleva al límite. Si lo superas te espera el triunfo, si no eres capaz de superarlo, no vales para esto. Sales humillado.
Éticamente la película nos puede plantear la conveniencia y la eficacia del método de Fletcher. El director en su planteamiento no juzga y el film no es maniqueo. Pero la cuestión ahí está. La mayoría de las disciplinas (música, deporte o, incluso la escritura) requiere de mucho entrenamiento. Solo se puede llegar a la excelencia, entrenando, entrenando y entrando. No hay vida social, no hay amigos, no hay entretenimiento. No cabe otra. Creo firmemente en la cultura del esfuerzo. Ya sea con las baquetas en la mano, o las pelotas o un bolígrafo, solo se puede llegar al triunfo a base de practicar y practicar y practicar. Y aún así tienes que tener otro talento más. Andrew reunía una serie de condiciones para el triunfo. Fletcher enseguida lo vio y lo único que hace durante toda la película es ponerle a prueba, constantemente en cada situación e incluso hasta el sorprendente desenlace final.

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Andrew es consciente de su valía. Busca rodearse de quienes le estimulen. Por eso se encuentra prácticamente solo (salvo su padre). Esta soledad genera incomprensión. No duda en encararse, en la cena familiar, con dos jóvenes (creo que son sus primos) que juegan al fútbol americano y parecen ser unos cracks cuando lo único que han conseguido es jugar en tercera división («ni tan siquiera segunda»). Le dicen de todo porque él lo único que hace es tocar la batería. Ya ves tú. Y ahí radica parte del éxito. La genialidad no admite despistes. O te dedicas a lo que amas en cuerpo y alma o… te vas a tocar a una banda de rock. Así reza un slogan que tiene Andrew en su habitación. Cuando ve que ya ha cogido el camino adecuado de la mano de Fletcher quiere apartar todo lo que le despiste, todo lo que reste en vez de sumar. Es por esta razón por la que se tiene que enfrentar a su pareja y tomar una decisión dolorosa. Le expone de forma brillante a Nicole el futuro que él ve (y ansia). Ella –la música- le demanda toda la atención del mundo. ¿Qué otra cosa sino es la decisión que toma un tenista profesional de pasar por el quirófano cuando acaba la temporada para una operación de apendicitis? El fin justifica los medios. La perfección y la trascendencia así lo requieren. ¿Vale la pena entregar la vida, el sacrifico máximo, para alcanzar la meta? Andrew quiere amar y quiere ser amado como todo el mundo. Pero él es consciente de su valía y le quiere ahorrar disgustos y sinsabores a su novia o esposa (llegado el caso) para que ella no tuviera una vida anodina al lado de un artista genial. ¿Se imaginan la vida de Picasso o Dalí? Las mujeres que han estado a su lado eran conscientes (y si no lo abandonaban rápidamente) de que estaban ante un hombre único, divinooo, como diría el propio Dalí. Y ellas no querían o no podían interferir en su vida. Estaban creando, estaban pasando a la Historia. Es dura tarea y no es fácil de comprender. De ahí que siempre se haya empleado el dicho machista de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.
Terence Fletcher tiene una misión en esta vida: encontrar otro Charlie Parker para la Humanidad. Tampoco es tarea fácil. Pero tiene una cosa bien clara: no hay dos palabras más dañinas en nuestro diccionario que se le puedan decir a un alumno: buen trabajo. Bajo ese axioma se esconde el cáncer de la autocomplacencia. El genio no surge todos los días. Es más, en su carrera, en su dilatada carrera, Fletcher no ha tenido la oportunidad de encontrarse con uno de los grandes. Tiene una espina clavada.

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La interpretación es un cara a cara, una lucha de egos, entre Milles Teller y J. K. Simmons. Casualmente vi la actuación de Miles Teller la pasada semana en la TV2. Prácticamente fue su debut de la mano de Nicole Kidman en Los secretos del corazón (no la de Armendáriz sino de John Cameron Mitchell, 2010). En Whiplash se deja literalmente la piel. No es de extrañar que la sangre sea real y las ampollas también. Su gestualidad a los mandos de la batería no tiene parangón. Es en él donde se aprecia uno de los preceptos de toda buena película: la evolución que experimenta el personaje. Sobre todo en el aspecto psicológico de Andrew marcado por el fracaso como escritor de su padre, reconvertido a profesor de instituto. Su ego sube de decibelios al ser elegido por Fletcher. Se siente feliz y experimenta una gran confianza en sí mismo. Pero esto se tornará en un malsano deseo de alcanzar la perfección. Una enfermiza obsesión que le nubla el raciocinio. Se ha convertido en una máquina de golpear la batería. Simmons no se queda atrás. Si de gestos hablamos, cada vez que levanta el brazo… te estremeces. Gesto poderoso, enérgico, rotundo. Ay de ti como no le hagas caso. Además se muestra brillante en múltiples registros que van desde la ira hasta lo zalamero en sus últimas propuestas. Un personaje bien creado y mejor ejecutado. Su interpretación ha sido reconocida en los Globos de Oro otorgándole un premio al mejor actor de reparto. Y tiene casi todas las papeletas para alcanzar la gloria en los Premios Óscars. En su carrera hay varios papeles de relevancia pero ha sido ahora cuando le han entregado un papel para el lucimiento y no lo ha desaprovechado a sus casi sesenta años. Tanto uno como otro parece que tenía conocimientos musicales que les ha ayudado en su interpretación. Y ese es el otro gran protagonista de Whiplash: la música. Los temas se alargan de forma deliberada y deliciosa para el espectador. Tiene su protagonismo el propio tema Whiplash, y también otro más conocido para el público en general como es Caravan de Duke Ellington. Todavía resuenan en mis oídos esos primeros acordes repetidos hasta la saciedad porque o iba muy despacio o muy rápido. Magnífica banda sonora. Y como diría un argentino… ¡imperdible!
Damien Chazelle es un joven director que demuestra tener muchas tablas. También es el guionista. Este trabajo tuvo su embrión en un corto realizado anteriormente con los mismos protagonistas y que cosechó grandes halagos (al igual que sucedió con la aclamada Las vidas de Grace, 2013, Destin Daniel Cretton). La grandeza de Whiplash radica en el gran montaje que hace que todo se desarrolle de forma armónica hasta alcanzar el culmen y la fotografía preciosista de ambientes cerrados donde parece manar la luz de los instrumentos, de la propia música.
Tras un crescendo paulatino sin decaimientos, llegamos al final. Intenso, vibrante, frenético, alcanzando un clímax tras casi diez minutos en los que Andrew interpreta un solo con su batería que parece no tener fin. Es en un claro enfrentamiento con Terence Fletcher. Te metes no ya en sala del auditorio, sino ahí justo al lado del batería, impávido, con la boca abierta y siguiendo levemente con el pie el ritmo, ladeando la cabeza, asistiendo emocionado al manejo virtuosista de las baquetas. Prodigioso. Un film absorbente que no es solo para los amantes de la música, de la batería o del jazz. Whiplash nos recuerda que hay una cosa que se llama la cultura del esfuerzo, de la naturaleza de la educación, de la forja de un carácter, de la superación, de la perseverancia y de la obsesión por el reconocimiento, por el éxito, desafiando los límites físicos. Salgo del cine eufórico y casi extenuado, deseando ponerme a escribir (una obsesión). No sé si habré conseguido el propósito de transmitirles alguna de esas sensaciones, pero, no me digan nunca, por favor… buen trabajo.

Os dejo un tráiler:

 

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

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