Crítica de La vida inesperada de Jorge Torregrosa

La vida inesperada

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Ficha:

Película: La vida inesperada.

Interpretación: Javier Cámara (Juan), Raúl Arévalo (primo), Carmen Ruiz (Sandra), Tammy Blanchard (Jojo), Sarah Sokolovic  (Holly).

Dirección: Jorge Torregrossa.

País: España. Año: 2013. Duración: 108 min.

Género: Comedia. Guion: Elvira Lindo.

Producción: Beatriz Bodegas. Música: Lucio Godoy.

Fotografía: Kiko de la Rica. Montaje: Alejandro Lázaro.

Diseño de producción: Alexandra Schaller.

Vestuario: Rocío Pastor.

Distribuidora: Universal Pictures International Spain.

Estreno en España: 25 Abril 2014.

Calificación por edades: No recomendada para menores de 7 años.

Sinopsis

La vida inesperada es la historia de un actor español, Juan, que fue a Nueva York a estudiar interpretación y a buscarse la vida. Después de diez años en esta ciudad no ha conseguido nada sólido. Él sabe que podría seguir así indefinidamente, como todo ese batallón de aspirantes a artistas que buscan atrapar un sueño y van sobreviviendo haciendo pequeños trabajos que les permiten llegar a fin de mes, pero Juan no quiere convertirse en uno de esos «jóvenes» que rozan la cuarentena. Su corazón está lleno de inquietud y se encuentra en ese momento de la vida en que ha de tomarse una decisión.

 

Comentario

La vida inesperada es una película muy oportuna, acorde con los tiempos actuales, y más en concreto, con la situación laboral que se vive ahora mismo en España. Bien es cierto que ha habido épocas en las que se ha recurrido a aquello tan tópico como hacer las Américas o irse a trabajar a Francia con la vendimia (o a Alemania a buscar un sueldo con que mantener a la familia en una España de posguerra). Y también es muy cierto, que en determinados colectivos como puedan ser los actores, para triunfar tienes que salir fuera, han de salir y pisar los terrenos donde se encuentran las fábricas de los sueños, la industria del cine.

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Juan (Javier Cámara) es el ejemplo de uno de esos muchachos de campo (pueblerinos, cuando este adjetivo era tomado como un descalificativo) que un buen día se largó de su casa para intentar alcanzar el sueño de ser actor estudiando interpretación. La meca estaba (y siguen estando, para muchos) en Nueva York. Y hasta allí se traslada con una mano delante y la otra detrás. Después de diez años, con la visita de su primo (Raúl Arévalo) asistimos a la vida que tiene Juan en Nueva York. Esta visita, aparte de trastocarle su plácida vida, le hará replantearse su situación actual. Juan no ha conseguido alcanzar el fruto deseado, no ha conseguido nada sólido.

Entre mis amigos solemos decir que qué daño ha hecho en nuestro país programas televisivos como el de Españoles por el mundo. Tenemos una visión idílica de la vida que han alcanzado algunos tras años duros de inmigración. Pero estos programas se centran más en lo que han alcanzado, en la acomodaticia vida que han conseguido muchos de ellos, que en las duras condiciones que han tenido que superar para llegar a dónde han llegado (aquellos quienes han alcanzado el éxito, el reconocimiento o por lo menos ganarse la vida con lo que han deseado o han recibido la preparación para ello). Salen con sus casoplones ahora que han triunfado, pero no vemos las lúgubres casas previas al éxito. Juan es el prototipo de aquellos que aun no habiendo triunfado no les va tan mal como para volverse para España. Tendrían que dar muchas explicaciones y su regreso seguro que sería interpretado como un fracaso. Sin embargo él ha vivido ese sueño y eso es lo que el primo ha visto y por lo que le ha idealizado. Ha sido capaz de romper con todo y se ha plantado en Nueva York.

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Primo resulta ser un pusilánime. Algo más joven, bastante más guapo y con un currículo más brillante que el de su primo Juan. Su viaje a Nueva York lo emprende con la idea de, tal vez, vivir otra vida. Tiene una pareja estable. Tiene planificada la boda con su novia. Pero no acaba de estar convencido. «Déjala –le aconseja su primo Juan-, le vas a hacer una mujer infeliz. Sí, ya lo sabe, pero quiere ser infeliz a mi lado». Terrible. No ser capaz de afrontar la vida inesperada, la que se te presenta por fortuna, y conformarte con la otra vida, con la vida esperada, es lo que planta la nueva entrega de Torregrosa. Tan viejo como el mundo. La comodidad del hogar, o los inconvenientes de las estreches del piso cutre a compartir. El amor bueno o el loco amor. El freno o el desenfreno. Esto es la vida, la posibilidad de elegir entre una cosa y otra. Y la nula garantía de que aquello que elijas sea lo mejor, sea lo adecuado. Juan eligió. Pero llega un momento en que la edad no está en cada tarta que te presentan anualmente y el tiempo se te echa encima y valoras si merece la pena depender de tres y hasta cuatro trabajos para poder mantener un «piso» de apenas veinte metros cuadrados, por muchas vistas que tenga al Empire State.

Y en estas dudas surge el amor. La llegada del amor lo trastoca todo. Altera la percepción que tienes sobre la vida. Es como un filtro de photoshop que satura los colores. Los primos se enamoran de dos chicas americanas. Juan ve en esta situación un desequilibrio en su vida. Las miserias compartidas parecen menos miserias o se acentúan en función de las pretensiones de cada cual. Y el primo ve ahí una justificación a su viaje. Echar una cana al aire, vivir lo inesperado para encontrar sentido a su vida. Uno y otro verán cómo evoluciona su vida al meter el ingrediente del amor en ella.

 

La vida inesperada parece ser una idea concebida por una cabeza que tiene su reflejo y simpatía en otras dos. Casi realizada a tres bandas. Por un lado el guion de Elvira Lindo que surgió de su propia experiencia en tierras americanas y reflejando en el papel de Juan a Javier Cámara que también estuvo allá y con el que le une una gran amistad. Jorge Torregrosa al leerlo le recordó su propia experiencia. Allí se forjó como director y vio un filón en este guion. Según ha confesado, quedó fascinado por el delicado equilibrio entre lo dulce y lo amargo de la historia de Juan.

La suma de todos los ingredientes da como resultado una cinta desigual, con altibajos. El papel del Primo no está desarrollado. Por no tener, no tiene ni nombre. Lo conocemos así, sin más, como «primo». Esto que puede ser un buen recurso en este caso acentúa la falta de «construcción» del personaje. No sabemos muy bien cuáles son sus motivaciones: por lo que hace (el viaje hasta Nueva York) y por lo que hará, tras convivir con Juan. Tampoco sabemos cómo ha conseguido adentrarse en los despachos de los grandes rascacielos. Es decir, apenas sabemos nada de su vida.

Aparte de la actuación de los dos primos, es destacable el papel de madre virtual de Juan (Gloria Muñoz) que proporciona unas cuantas situaciones cómicas. No sería justo dejar de lado el trabajo meritorio de Carmen Ruiz.

La fotografía juega un papel muy importante. El director ha querido diferenciar por medio del diferente tratamiento de las imágenes lo que es la Gran Manzana, con los espacios naturales; lo que es la vida del protagonista con su apreciado apartamento al que ha querido dar una personalidad propia (que el primo quiere desbaratar), junto con el bar donde trabaja Juan y con ese otro espacio que es el teatro (el teatro de sus sueños) donde Juan se siente realizado entre bambalinas.

Nueva York sale reflejada de forma espléndida, sus grandes avenidas atestadas por igual de coches, gentes y luces de neón repartidas por toda la ciudad, destacando ese gran icono que es Times Square, esa gran zona cero que todo viajero aspira a ver en algún momento de su vida. Sus puentes, sus azoteas y sus larguiruchos rascacielos. Es por esa razón que, a veces, Torregrosa nos recuerda a Woody Allen el gran director de Manhattan. Nueva York en La vida inesperada funciona como otro personaje más: se le busca su lado más fotogénico; se le maquilla (a la hora del anochecer está espléndido) para que sobresalga; y sus intervenciones están perfectamente planificadas. Un actor que se aplica con la dirección de Torregrosa.

Y acompañando a Nueva York está la música de la mano de alguno de los grandes clásicos, con temas muy conocidos «ya vistos» en otras bandas sonoras, que empatizan perfectamente con el espectador.

Una receta puramente neoyorquina con ingredientes netamente españoles (con algún aderezo americano –Tammy Blanchard o Sarah Sokolovic-) que no resulta ser muy sabrosa pero que cumple con la función de alimentar nuestro espíritu y evoca esas imágenes más realistas, que ponen un punto de nostalgia para todos aquellos que han tenido que emigrar en busca de ese derecho que es el trabajo.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

 

 

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