Comentario La vida de Adèle, de Kechiche

La vida de Adèle

El amor mayúsculo

«Si quieres convertir tu vida en eslabón de eternidad y permanecer lúcido hasta en el corazón del delirio, ama… Ama con todas tus fuerzas, ama como si no supieras hacer otra cosa, ama hasta encelar a príncipes y dioses… pues sólo en el amor la fealdad embellece».

Lo que el día debe a la noche, Alexandre Arcady, 2012

Sobre la novela de Yasmina Khadra

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Ficha

Película: La vida de Adèle (Capítulos 1 y 2).

Título original: La vie d’Adèle.

Dirección: Abdellatif Kechiche.

Interpretación: Léa Seydoux (Emma), Adèle Exarchopoulos (Adèle), Jeremie Laheurte (Thomas), Mona Walravens (Lise), Aurélien Recoing (padre de Adèle), Catherine SAlée (madre de Adèle).

Año: 2013. Países: Francia, Bélgica y España. Duración: 179 min.

Género: Drama, romance.

Guion: Abdellatif Kechiche y Ghalia Lacroix; adaptación libre de la novela gráfica El azul es un color cálido, de Julie Maroh.

Producción: Laurence Clerc y Olivier Théry-Lapiney.

Fotografía: Sofian El Fani. Montaje: Ghalia Lacroix, Albertine Lastera, Jean-Marie Lengelle y Camille Toubkis.

Distribuidora: Vértigo Films.

Estreno en Francia: 9 Octubre 2013. Estreno en España: 25 Octubre 2013.

Calificación por edades: No recomendada para menores de 16 años.

 

Sinopsis

A sus 15 años, Adèle no tiene dudas de que una chica debe salir con chicos. Pero su vida cambiará para siempre cuando conozca a Emma, una joven de pelo azul, que le descubrirá lo que es el deseo y el camino hacia la madurez. Así, Adèle crecerá, se buscará a sí misma, se perderá y se reencontrará, y todo ello bajo la atenta mirada de quienes la rodean.

Comentario

La vida de Adèle, o la vida que nos muestran de Adèle a través de dos capítulos de su vida, es la vida de una joven a lo largo de casi una decena de años. Una joven que, como todos, trata de descubrir su sexualidad. La vemos salir de casa, uno y otro día para coger el autobús que la deja a la puerta del instituto. En su monotonía diaria, en su vida cotidiana, la vemos casi repetir los mismos gestos, día tras días, subirse el pantalón tirando de la hebilla trasera y atusándose el pelo. Todo con gran naturalidad. Ahí es donde radica una de los mayores logros de este interesante filme sobre la adolescencia y el inicio de la madurez. Su clase es el refugio, la literatura es la cueva donde se sumerge para intentar descubrir las claves de la vida. Y la experimentación será la práctica que le conduzca al verdadero amor. Adèle tendrá que sortear una serie de obstáculos: la presión social, los convencionalismos, la familia, la pandilla de amigos, etc. Hoy en día la homosexualidad sigue siendo un tema tabú. Una parte de la sociedad tiende a considerar a los homosexuales como seres «raritos», con el pelo azul, y pinta de marimachos para las chicas lesbianas y afeminados para los gais. Mientras esta película fue aclamada en el pasado festival de Cannes (se alzó con la Palma de Oro) unos cuántos kilómetros más allá se manifestaban por el reconocimiento del matrimonio homosexual. Pero también una parte de la sociedad (en este caso francesa) se revuelve y se mosquea por la consecución de estos derechos.

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Adéle se encuentra perdida. Sale con un chico, pero «le falta algo» en su relación. Trata de ser honesta a esos sentimientos que intenta descubrir. En su camino una compañera, le dice lo guapa que es y la besa, ese inocente (o no) beso le despierta a Adéle un sentimiento que no es capaz de concretar y que anteriormente también había experimentado al cruzarse con una chica de pelo azul. Fue una sola mirada, pero suficiente para hacerle sentir algo en su interior. Se siente aturdida y empieza a buscar, a intentar comprender que es lo que le pasa, qué es lo que siente. Y en ese camino vuelve a cruzarse la chica de pelo azul. Se trata de Emma, algo mayor que ella y algo más experimentada. Pero ambas son totalmente distintas. Lo único que tienen en común es su amor. Un amor mayúsculo, apasionado, casi salvaje. Un amor que resulta indecente a los ojos de los timoratos, pero que es anhelado en el resto de los mortales. ¿Quién no desea tener en su vida un chispazo de ese calibre aun con el riesgo de que salgas electrocutado? Adèle y Emma son conscientes de que tienen algo único, algo bonito, pero ¿será suficiente para mantener una relación estable? Emma vive en un mundo rodeado de gente que ama la cultura. En su mayoría sus amigos son artistas, los unos pintores, los otros galeristas. Emma quiere atraer a ese mundo a Adèle. Y se la presenta a todos. Pero además quiere cambiarla. Ah, esa cosa que se invoca siempre por amor. Empieza por: «esa camisa no te sienta bien» y acaba por: «porqué no escribes una novela ya que se te da muy bien». Ese intento de modificación, ese intento de construir en el otro algo que echas de menos o que te gustaría que tuviera, es el cáncer de la relación. Y Adèle estará confundida en algunos aspectos pero sabe lo que quiere ser, sabe a lo que quiere dedicarse. Y en ese futuro no tiene cabida nada más que estar al lado de Emma. Es así como ella es feliz. Y se lo dice y se lo está mostrando en un plano precioso en el que las dos están desnudas bajo la ropa de la cama. Emma está leyendo una revista sobre arte y Adéle, que acaba de fregar toda una pila de cacharros, se mete en la cama y se acurruca a su lado posando la cabeza sobre su pecho. Así es como ella ve la felicidad, estando al lado de la persona amada y sabiendo que al día siguiente va a dar clases a sus pequeños alumnos. No necesita más. Una escena sensual, sin artificios y llena de autenticidad. Atrás hemos dejado el sexo desbocado. Las primeras escenas brillantes, eróticas y plenamente justificadas. Con dos minutos ya sabemos que es el polvo del siglo. A través de esos cuerpos desnudos, plenos de juventud, aunados en uno solo, transmite toda la pasión inimaginable. Con gran naturalidad entendemos su Amor. Un gran logro. Luego el director ya se recrea en la jugada, abusa de la reiteración y hasta me saca de la sala, con el eco de esos manotazos secos en los culos de las protagonista (un rasgo más de verismo, no hay música dulce de fondo, no hay nada más que los dos cuerpos copulando, con gritos hasta llegar al paroxismo). Mucha ha sido la polémica sobre al alto contenido sexual de la película. ¿Hubiera sido el mismo escándalo si las imágenes hubieran sido protagonizadas por una pareja heterosexual? Pues seguramente que la repercusión hubiera sido menor. El director franco tunecino se ha recreado (en el más amplio sentido) en esa escena de cerca de diez minutos. Pero a su favor está que también lo hace en otras escenas casi insustanciales (las que se desarrollan en las aulas tanto de adolescente como de mujer madura) y en su contra ofrece imágenes de desnudos que nada aportan (como la protagonista en la ducha). Al rodar en digital ha debido de repetir las escenas hasta la extenuación. Y de eso se han quejado las jóvenes actrices.

Otro de los grandes méritos de la cinta de Kechiche es la actuación de la actriz Adèle Exarchopoulos (francesa, de padre griego). Va camino de convertirse en un mito erótico (lo cual no sé si es un elogio). Mitad Laeticia Casta, mitad Scalertt Johanson, ojos marrones, pelo alborotado y labios carnosos, realiza una actuación antológica. Con mucha naturalidad es capaz de transmitirnos lo que le está pasando por la cabeza con solo ver su rostro. Al verla padecemos esas dudas que la llenan de incertidumbre y de sufrimiento. Es decir, actúa con el cuerpo y también con la mente. Lo mismo que te transmite su pesar, te contagia la inmensa alegría al pasear su amor en la fiesta del orgullo gay. En un comentario anterior refiriéndome a Blue Jasmine, dije que coincidían estas dos películas en nuestra cartelera. Y nada tienen en común. He de rectificar: la actuación de las dos mujeres protagonistas se puede considerar de épica.

Su pareja cinematográfica, Emma, corre a carga de otro portento. Magnífica actuación que supone un buen contrapunto. Se trata de Léa Seydoux. Por sus rasgos le va más este papel que el de protagonista, a pesar de que cuenta con mucha más experiencia, el director «la relegó» al segundo plano. Ha trabajado con grandes directores (Malditos bastardos, 2009 de Quentin Tarantino; Medianoche en París, 2011 de Woody Allen; Misión imposible. Protocolo fantasma, 2011 de Brad Bird) y ahora mismo tiene en cartelera Sister (2012, Ursula Meier). Lleva una carrera imparable.

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La vida de Adéle no es un panfleto moralista a favor de las relaciones homosexuales. Su director muestra, pone sobre la tela blanca, unos temas de tremenda actualidad. Es más si algo tiene en su debe la cinta es precisamente eso, que pasa de puntillas sobre la aceptación o el rechazo de esas relaciones en el seno de la familia (con cuatro pincelas sabemos de su carácter conservador) o en la pandilla de sus amigos. Pero esa era otra película, no era el objetivo de Kechiche. Narra de forma hábil y natural la vida de Adèle con un tempo lento, adecuado, con primerísimos planos que nos sumergen en la vida de Adèle. A veces se recrea los labios carnosos de la joven, en boca sempiternamente entreabierta, hasta el punto de que casi respiramos su aliento. Esa cercanía nos mete de lleno en su intimidad. Un lenguaje propio, sensible y duro. Genial. Empiezo a pensar muy seriamente que al otro lado de nuestra frontera están haciendo un cine impecable y creo que algo tendrá que ver en ello la política cultural. Los últimos éxitos como Intocable (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2011) o En la casa (François Ozon, 2012) así lo corroboran.

La historia se desarrolla sobre un buen guion, fruto de la adaptación de la obra, un cómic, de Julie Maroh: El azul es un color cálido. Un detalle: el personaje principal en  la novela gráfica se llama Clementine. Su director consideró oportuno cambiarlo por Adèle para que la actriz lo hiciera suyo, metiéndose en el papel hasta en el más mínimo detalle. La fotografía está muy cuidada con tonos azulados pero prestando atención a la luz natural. Ese primer beso, bello, a contraluz, con el sol en la boca como protagonista. Igual sucede con la banda sonora, con una elección acertada de determinados temas que suman en lugar de restar.

La vida de Adèle trata de reflejar los complejos mecanismos que rigen el alma humana, con los sentimientos de por medio, ante distintas situaciones en un momento de la vida, adolescencia, en que casi todo lleva el precinto intacto y te dispones a abrirlo para ver que te depara. La vida de Adèle es deseo carnal, es pasión, es alegría, es amargura  y es dolor. Mucho dolor. La joven que salía de casa al comienzo de la película ha desaparecido tras casi tres horas de película. Al final vemos como camina, calle abajo, otra Adèle bien distinta. Lo que le ha transformado ha sido la vida, la vida que ha vivido. Sigue igual de sola, el amor le es esquivo, en su caminar se perdió, se encontró y se ha vuelto a perder. Pero en ese devenir ha gozado, ha amado como nunca (es tremendo saber que nunca volverás a amar como has amado) y ha vivido plenamente su vida: La vida de Adèle.

Un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

1 Comment
  1. Sinceramente, para que se hagan películas lésbicas como ésta prefiero que no se haga ninguna… porque mucho decir que visibilizan y normalizan pero parece que nadie ve que en realidad estamos en lo de siempre: las relaciones entre mujeres se convierten en objetos de morbo masculino y en escenitas degradantes de tetas y coños antes que en cualquier otra cosa, y eso es más un retroceso que un avance.
    Soy lesbiana y estoy muy harta de escuchar tantas alabanzas absurdas a esta película que no es más que el desahogo pornográfico de las obsesiones de un director déspota. Fui a verla ilusionadísima porque el cómic me había encantado y tenía las esperanzas de encontrarme con algo igual de bueno o quizá mejor, pero no puedo expresar mi sorpresa al encontrarme tamaña basura… Quince minutos de porno lésbico completamente gratuito e injustificado que ensucian el resto del metraje y actúan a modo de llamada de atención desesperada (así como llamada a la recaudación, a la audiencia y a la crítica masculina) para disculpar tres horas insustanciales, desaprovechadas y vacías, con lo que podía haber dado de sí una temática inicial tan fantástica. El director sólo se preocupó de rodar tijeras y cunnilingus, no hay rastro de la profundidad de la novela gráfica, de su estética cautivante, de su buen gusto, de su sensibilidad, de su despliegue en cuanto a temas y motivos… sólo sexo explícito, poses ridículas y morbo facilón para arrastrar a la gente a verla y convertirla en vouyers.
    Sin esas largas escenas de sexo la película habría ganado en dignidad y fuerza, precisamente es contraproducente a su causa este excesivo regodeo. En lugar de estas escenas (o de gran parte de ellas) se podría haber aprovechado metraje e incluir, por ejemplo, una escena de ataque homófobo de los que están tan tristemente vigentes en Francia u otros países europeos, eso sí contribuiría a una mayor sensibilización del público y no una escena como la de las tijeras con la que la película cae en el ridículo, se descalifica a sí misma y le da la razón a quienes afirman que es pornografía mostrada sólo con el propósito de excitar. ¿Cuál es la intención si no de regodearse de tal manera? ¿Si no vemos ocho orgasmos no entendemos la pasión entre ambas protagonistas? ¿O la “necesidad” de meter estos quince minutos de sexo salvaje era porque si no nadie aguantaría tres horas soporíferas viendo a una actriz con cara de empanada?
    Me pregunto cómo es posible que nadie (o muy pocos) vean lo que es en realidad esta película: una fantasía pornográfica de un director heterosexual, basándose en un juicio apriorístico de cómo follan dos lesbianas que no es más que su propio deseo puesto en imágenes (y además tiránicamente, en plan “vosotras tocaos hasta la extenuación que yo filmo mientras babeo). De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo, aunque realista, hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes…
    Por eso, lo que me escama de todo esto (aparte de que me es imposible simpatizar con un señor que ha hecho que sus actrices se sientan poco menos que abusadas…) es que el director ha reducido una historia compleja sobre el amor, la amistad, la intimidad… en una larguísima escena de sexo hecha desde el punto de vista de un observador masculino y heterosexual (qué sorpresa) que reduce a las lesbianas y a las mujeres en general en objetos hipersexualizados cuyas prácticas sexuales son y deben ser aquellas que despiertan los deseos de este público en particular. Como siempre, se reduce a las mujeres (lesbianas o no) a lo mismo. Objetos. Objetos con los que vender, comerciar, excitar… objetos masturbatorios y poco más.
    Esta película no hace ningún favor a la causa homosexual, más bien todo lo contrario.

    Si me extiendo tanto y me expreso con tanta vehemencia es porque quiero que mi punto de vista (que es el de muchas lesbianas también) ayude a entender por qué tanta indignación justificada con esta película, por eso insisto en dar explicaciones de lo que considero que es un enfado lógico (el que también siente la propia autora del cómic) y no una pura histeria “porque sí”.
    Recomiendo encarecidamente la lectura del cómic original para que cualquiera compruebe la diferencia por sí mismo en todo cuanto afirmo: claro que hay sexo, de hecho nadie niega la necesidad de que lo haya, pero está tratado de una manera completamente diferente: con buen gusto, sensibilidad y respeto. Son escenas estéticas y realistas, no tan facilonas, exageradas y burdas como en la película, donde la mirada masculina y casi onanista se delata por sí sola. La autora, Julie Maroh, también expresó su indignación al respecto. Conste, insisto, que en ningún momento se discute sobre no mostrar sexo en la película, de hecho es necesario y está justificado que se muestre, pero no ASÍ. El problema no es con el sexo explícito siempre que esté justificado y bien presentado. El problema es cuando se ha decidido mostrar una escena sexual larguísima con el único propósito de crear morbo gratuito y polémica para después querer tomar al espectador por tonto, hacerse el ingenuo y pretender venderlo como “arte”. Eso es lo indignante. Más que una relación sincera y realista entre dos mujeres parece una fantasía pornográfica bastante tópica (e incluso ridícula por determinadas posturas) de un hombre heterosexual.
    Tened por seguro que si Kechiche hubiera dirigido “Brokeback Mountain” o una historia de amor con dos hombres como protagonistas, ni de coña se habría recreado tanto. Es por este cúmulo de circunstancias por el que las lesbianas nos sentimos tan ofendidas: se nos reduce siempre a lo mismo, al mismo papel de objetos destinados a dar placer o morbo a la audiencia… Es curioso que las mayores alabanzas procedan, justamente, de hombres heterosexuales; las mujeres, heteros o lesbianas, la ponen bastante peor y son mucho más críticas. Será quizá porque la cosificación sexual de la mujer es algo tan enquistado en nuestra sociedad, en todos los ámbitos, lo tenemos tan admitido, que ni se permite darle la vuelta cuando alguien lo cuestiona (y entonces, de hacerlo, se nos tacha de histéricas, mojigatas o estrechas de mente, como si confundiéramos “abiertos de mente” con “necesidad de mostrar sexo explícito”) y, como siempre, se visibiliza a las lesbianas sólo para la consecución del placer masculino; se las muestra como objetos sexuales en la pantalla con la hipócrita excusa de que es necesario ver esas escenas pornográficas para entender la vida de la protagonista. Y así, la vida de Adèle se queda reducida a “La vida sexual de Adèle”. Una película fácil, vulgar, pornográfica, con todo lo que podía haber dado de sí (no se dedica apenas atención a la lucha interior de la protagonista, a los conflictos con sus padres y amigas ni la solución a los mismos, no se incide en la necesidad de una mayor visibilización y normalización, etc.)… Creo sinceramente que Kechiche no quiso desarrollar con la misma extensión y profundidad ningún otro tema más que el sexual, disfrazando tal cantidad exagerada de escenas pornográficas bajo tres horas de “cine” y “arte”. El director parece que sólo se dirige a un público específico para que alabe su obra. Podía haber hecho una verdadera maravilla, pero se dejó cegar por el recurso más fácil y explícito. Es verdaderamente una lástima.

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