Nuevo comentario de la película: En la casa de François Ozon

Comentario de la película: En la casa de François Ozon

El estímulo de la imaginación.

En ese afán de ofrecer a nuestros lectores una visión plural, traemos un nuevo comentario a esta película. La verdad es que lo merece. Al comentario de Juan Matilla Varas, traemos el de Luisjo Cuadrado.

Nos saltamos la ficha técnica.

Sinopsis

El matrimonio formado por Germain (Fabrice Luchini), profesor de instituto, y su esposa Jeanne (Kristin Scott Thomas), regente de una galería de arte, es el protagonista de En la casa (Dans le maison) la nueva película de François Ozon. Junto a ellos un irreverente joven, Claude (Ernst Umhauer) estudiante en el instituto de Germain, el cual parece tener un don inusual que despertará el interés del profesor.

Comentario

La película En la casa (Dans la maison) de François Ozon es una adaptación libre de la obra El chico de la última fila del madrileño Juan Mayorga. En el último festival de San Sebastián se alzó con la Concha de Oro a la Mejor Película y el Premio del Jurado al Mejor Guion. El director francés tiene una filmografía plagada de buenas obras: Gotas de agua sobre piedras calientes (1999), 8 mujeres (2001), Swimming Pool (2003) o El tiempo que nos queda (2005).

 

Germain es un profesor de literatura francesa que se ha adocenado. Da clases en el instituto Gustave Flaubert. Al inicio del curso, se encuentra desmotivado y vive inmerso en una espiral: los alumnos no son nada brillantes y, por lo tanto, no merece la pena dedicarles atención y sin esa motivación, los alumnos… Ante un simple ejercicio banal de redacción descubre que hay un estudiante, Claude, que despierta su interés. En apenas un folio se adentra en la vida de una familia, la de un compañero de clase, y una palabra consigue llamar su atención: «continuará». Claude es un joven que vive una vida dura. Privado del afecto de su madre que dejó el hogar cuando apenas era un crío, se tiene que hacer cargo de su padre inválido. Su imaginación será su mejor arma para poder sobrellevar esta situación. Esa fructífera lucidez dejará que brote en forma de un relato que irá entregando a su profesor a modo de capítulos. Tanto uno como otro no podrán dejarlo. Claude tiene que escribir para poder adentrarse en el universo íntimo de la familia que él no ha tenido, la de los Rapha, y Germain, no pude dejar de leer y de aconsejar a su brillante alumno como una introspección de su propio yo. Germain recupera su fe en la literatura; le incita (nos incita) a la lectura de un montón de libros. Claude sigue sus dictados para tratar de colarse en la vida de la familia de Rapha y ganarse algo más que el afecto de su madre, Esther (Emmanuelle Seigner, divina). Por otro lado, Jeanne, la esposa de Claude, regenta una galería de arte, El laberinto del minotauro, y no vive sus mejores momentos. Trata de convencer a sus jefas (hermanas gemelas que son las inversoras) de la conveniencia del arte chino y de una muestra que su marido cree más propia de un sex shop.

 

En la casa, nos volvemos a encontrar con una película que trata sobre la creación literaria. Recientemente ya lo hemos visto en El ladrón de palabras (Brian Klugman y Lee Sternthal, 2012) e incluso cabría meter ahí Argo (Ben Affleck, 2012), ya que asistimos al proceso previo del inicio del planteamiento de rodar una película con la lectura de un guión dramatizada. Ozon juega con las palabras y, sobre todo, con la imaginación espléndida e inquietante del joven Claude. Nos lleva al punto de plantearnos que es ficción y que es realidad. Al más puro estilo de Woody Allen, el profesor Germain se cuela en las escenas íntimas, como si fuera nuestro propio yo que se mete en la toma y le inquiere que qué es lo que está haciendo o el porqué hace tal o cual cosa. Subvierte las reglas y hace que el protagonista mire a cámara y explique su actuación. Nos hace participes de la historia, y, por lo tanto, nos involucra. Al final queremos saber cómo sigue el relato, queremos que nos entregue a nosotros el folio para seguir sabiendo de las aventuras de la familia de Rapha.

Lo mejor de En la casa radica en lo sencilla que es, pero en lo compleja y fascinante que puede llegar a ser. Todo lo compleja que queramos. Por ejemplo, hay claras alusiones a otras películas. Una de ellas nombrada por Germain. Se trata de la película Teorema (Passolini, 1968). Pero ¿por qué está y no otra? Teorema trata de la llegada de un extraño a una familia y que, poco a poco, va cautivando a todos sus miembros hasta que un día desaparece y les deja a todos descolocados, preguntándose que quién era el recién llegado que les conquistó. Como se puede observar existe un cierto paralelismo con En la casa. Curiosamente un año antes se estrenó El Graduado (Mike Nichols, 1967) donde el deseo de una relación entre una mujer madura y un adolescente es el punto central, circunstancia que también está presente en la obra de François Ozon (una escena en concreto nos lo recuerda, cuando Esther está reclinada en un sofá y Claude la contempla con admiración y concupiscente deseo). La escena final nos remite, aunque de forma más sutil, a la Ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) en un claro homenaje al director británico. Los diálogos de la cama nos remiten a Woody Allen con Diane Keaton, estando muy cerca del maravilloso film Misterioso asesinato en Manhattan (Woody Allen, 1993) donde un matrimonio está a punto de liarla al pasarse de la raya fisgando a sus vecinos.

 

El guión es soberbio. Adapta un guion teatral al cine con constantes giros en la historia; acompañado de un excelente montaje. Los roles de los personajes funcionan de forma magistral porque tienen una historia cada uno de ellos, es decir, bien construidos. Con cuatro pinceladas (y una sola escena, cuando ayuda a su padre) define el papel de Claude. Germain perfecto como esposo rutinario y como profesor mediocre que arde en deseos de insuflar el coraje que a él le falto para triunfar como escritor. La familia Rapha bien desarrollada: clase media, con un padre, Rapha, simple, algo cateto y rudo trabajador (interpretado por Denis Ménochet); madre, amorosa, tierna, desencantada, algo aburrida, pero con la ilusión de remontar y dedicarse a la decoración; y un hijo, Rapha, que disfruta de un padre/amigo y una madre amorosa. Por último, el papel de Kristin Scott Thomas, Jeanne, como esposa de Germain no está rematado ya que el desenlace es un tanto sorprendente al carecer de una justificación previa, pillando un tanto desprevenido al espectador. Tratando de comprenderlo me vienen a la mente las propias palabras de su marido, de Germain, cuando, como profesor, aconseja a su alumno, Claude, que un buen final tiene que ser algo que sorprenda al lector y que le haga reflexionar pero que llegue al convencimiento de que ese final no podía ser de otra manera. Todo ello apoyado con una estupenda banda sonora que no chirría en ningún momento.

 

Destacan los sabrosos diálogos, sobre todo los del profesor con su esposa que transcurren en la galería de arte y que versan sobre el concepto, tan debatido, del arte moderno. O también la teorización del profesor, ante un encerado, sobre como el protagonista de una novela tiene que enfocar su objetivo y los caminos que tiene que sortear hasta alcanzarlo. También es reseñable el trabajo de todos los actores. A la cabeza el inquietante y prometedor joven Ernst Umhauer y la atractiva, y sensual, Emmanuelle Seigner; seguido de cerca por el matrimonio protagonista (Fabrice Luchini –al que podemos recordar muy bien por su último trabajo en Las chicas de la 6ª planta de Philippe Le Guay, 2010-, Kristin Scott Thomas). Aunque puestos a reseñar, en el apartado contrario, no está bien resuelta ésta trama por escasa o nula justificación, como aludí anteriormente.

François Ozon utilizando la técnica del relato avanza en su discurso de forma eficaz, saltando de un género a otro (thriller, drama o comedia). Con una sugerente telaraña, que no solo atrapa a los protagonistas, nos envuelve hasta convertirnos en protagonistas de su cinta y como verdaderos voyeurs ardemos en deseos de querer saber qué es lo que sucede en las casa ajenas. Qué sucede con los Rapha, y qué sucede en casa del profesor. Una autentica obsesión en la civilización actual dónde apenas ya no nos conformamos con mirar por la ventana. Tras cualquier ventana se encuentra una historia que, tal vez, merezca ser contada. No deja de ser paradójico, que el hombre que siente tanta curiosidad por las vidas ajenas, sea incapaz de tomar alguna resolución para poner la suya en buen camino, como fruto de esa observación. Se inmiscuye en la vida ajena dejando en entredicho su propio presente. O lo que es lo mismo, vemos la paja en el ojo ajeno, pero no el pedazo de viga que llevamos en el nuestro.

 

Gran película que ganará con el paso del tiempo tras detenidos análisis. Son mucho los temas que toca: el efecto Pigmalión, la frustración del docente, la uniformidad del pensamiento (magnífica metáfora con el uniforme que se implanta en el colegio), el concepto de arte contemporáneo, la problemática de las clases sociales (con extensión barrios marginales) la rutina matrimonial, la creación literaria, y alguna más. Al final de la cinta, su director François Ozon, nos vuelve a hacer un guiño y cierre el telón con un doble sentido. Por un lado, nos recuerda que hemos asistido a una representación, hemos sido mirones durante ciento cinco minutos, y, por otro, un rendido homenaje a la obra teatral en la que se inspiró: El último chico de la fila. No sean los últimos, vayan al cine.

 Luisjo Cuadrado

 

 

 

 

 

 

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