Presentación Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Presentación Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

 

Un gran sentimiento de alegría es el que manifestaba Guillermo Solana (Director del Museo Thyssen Bornemisza) al presentar la exposición de Hopper en la sede del museo madrileño. ¡Por fin Hopper! En el acto acompañaban al director Laurent Salomé (Conservador Jefe de la Rmn – Grand Palais), Didier Ottinger (Director adjunto del MNAM / Centre Pompidou), Tomás Llorens (Director Honorario del Museo Thyssen-Bornemisza) y Ed Lachman (cineasta estadounidense).

 

Desde que se hizo cargo de la dirección del museo, Solana soñaba con traer a Hopper a España. Mucho antes lo había hecho (y de qué manera) la Fundación Juan March (13 de octubre de 1989 al 4 de enero 1990) en su sede de Madrid. Posteriormente se celebró una gran retrospectiva conjunta que viajó a Boston, Washington y Chicago (entre 2007 y 2008) que retrasó sus planes puesto que había que esperar a que el tsunami pasara y la tranquilidad volviera a los museos que habían prestados obras del gran artista americano.

Al final el deseo de Guillermo Solana se cumpliría al saber que el Grand Palais de París quería celebrar una gran retrospectiva. Ambos comisarios se pusieron en contacto y llegaron a un acuerdo. El Thyssen expondría en verano y el Grand Palais lo haría en otoño.

Edward Hopper (Nyack, 1882 – Nueva York, 1967) es uno de los artistas más importantes e influyentes del siglo XX. Fue un gran retratista de la América profunda de la primera mitad del siglo XX. Son muy conocidas sus imágenes de carreteras, ferrocarriles, moteles y diferentes motivos que definen de forma progresiva la modernización de la cultura americana.

La exposición reúne una selección de 73 obras y analiza la evolución del pintor estadounidense en dos grandes capítulos. El primero de ellos arranca con su paso por el estudio New York School of Art de Robert Henri (uno de los ocho artistas fundadores de la Escuela Ashcan, una corriente artística  cuya preocupación era capturar las escenas de la vida diaria de los barrios más pobres de Nueva York de forma realista). Con obras de 1900 a 1924 recorre el periodo de formación del artista donde ya empieza a reflejar su estilo. Pinturas, dibujos, grabados y acuarelas  se exponen junto a obras de otros artistas como el propio Henri, Félix Valloton o Edgar Degas emulando un diálogo que en su día mantuvieron con Hopper. La segunda parte de la exposición se centra en la producción de su etapa de madurez, repasando su trayectoria artística de manera temática, destacando los asuntos y los motivos más recurrentes en su obra, siguiendo un hilo cronológico.

La muestra incluye préstamos procedentes de grandes museos e instituciones como el MoMA y el Metropolitan Museum de Nueva York, el Museum of Fine Arts de Boston,la Addison Galleryof American Art de Andover ola Pennsylvania Academyof Fine Arts de Filadelfia, además de algunos coleccionistas privados, y con mención especial al Whitney Museum of American Art de Nueva York, que ha cedido 14 obras del legado de Josephine N. Hopper, esposa del pintor.

La exposición incluye una curiosa e interesante novedad. El cineasta estadounidense Ed Lachman ha recreado Sol de mañana (1952) Lachman reproduce en tres dimensiones la escena de uno de los cuadros más famoso del artista americano, desvelando ciertos recursos cinematográficos en las obras del pintor. Con esta puesta en escena finaliza el recorrido por la obra de Hopper.

1 – Los inicios

Garret Henry Hopper, padre de Edward, posee una tienda de tejidos y prendas de vestir. Su madre, Elizabeth Griffins Smith, hereda varias propiedades lo que proporciona a la familia una situación económica acomodada.

Tras graduarse en la escuela en 1901, Edward estudia Bellas Artes con la intención de ganarse la vida como ilustrador. Al año siguiente toma contacto con Robert Henri, profesor que influirá poderosamente en la carrera del pintor.

En el estudio de Robert Henri (quien había reinterpretado el impresionismo ─movimiento que acabada de surgir en París en 1874─ y denominarlo «nuevo academicismo»), Hopper tratará de aprender a reflejar un realismo moderno que lo separara del academicismo imperante hasta ese momento. En sus primeras obras predomina la tonalidad oscura y hay una presencia del desnudo femenino. Estos inicios estarán marcados por su viaje a París en 1906 y la posterior influencia del contacto con el arte parisino y las incipientes vanguardias. Su estancia se prolongará por espacio de un año. El contacto con el impresionismo forjará su particular forma de tratar la luz y la sensualidad, ambos aspectos tan llamativos en su trayectoria. Los cuadros de este momento reflejan su alrededor cotidiano, como la rue Lille donde vive en París. En la muestra de Madrid, podemos ver alguna de estas obras iniciales junto con otras de artistas europeos que influyeron en él como Albert Marquet, Félix Valloton (Mujer cosiendo en un interior, 1905) o Edgar Degas. Según el propio Hopper, su paso por París no le dejó un buen poso. Oyó hablar de Gertrude Stein, pero sin embargo no de Picasso. Su estancia en la capital parisina no tuvo un gran impacto en él, o por lo menos no de forma inmediata. Sin embargo, un viaje a Ámsterdam y la contemplación de La Ronda de noche de Rembrandt, 1640-42, si que le debió de dejar huella, incluso para repetir viaje a París en 1909.

A su regreso a los Estados Unidos se tiene que ganar la vida realizando trabajos como ilustrador. Esto le va a permitir concretar su estilo y mejorar su técnica practicando en motivos que tienen que ver con el ocio, el espectáculo o la burocracia. Bien es cierto que el tratamiento que hace en estas obras es totalmente diferente. Mientras que en las ilustraciones explota el lado consumista con trabajos llenos de vitalidad y alegría, en sus lienzos incide en la apatía, el drama y la soledad de sus personajes.

En 1910 Henri, Sloan y Arthur B. Davies incluyen a Hopper en una exposición de Artistas Independientes que se celebra en la calle Oeste de Nueva York. Después de esa exposición viajará, por tercera y última vez, a París con extensión a Madrid y Toledo.

En 1913 en otra exposición con numerosos pintores del grupo The Eight (introductores de las vanguardias europeas en los Estados Unidos) Hopper vende su primer cuadro, Sailing (un pequeño óleo de un velero) por 250 dólares.

Al año siguiente se producirá otra evolución en su obra que vendrá de la mano del descubrimiento del grabado. Experimentará con el contraste de luces por medio de papeles más blancos y tintas más densas en motivos que posteriormente volverá a ellos con el lienzo.

En 1920 expondrá, de forma individual, dieciséis lienzos (once de los cuales los realizó durante su estancia en París). Son bien recibidos, pero no vende ni uno solo, con lo cual sigue dependiendo de su trabajo como ilustrador.

Edward Hopper La casa de Marty Welch, 1928 (Marty Welch's House) Acuarela sobre papel. 35,6 x 50,8 cm Colección privada. Cortesía de Guggenheim, Asher Associates

En 1923 Hopper realizará sus primeras acuarelas en la ciudad costera de Gloucester (Massachusetts) coincidiendo con Josephine Verstille Nivison con quien se casará al año siguiente. En esta ciudad retratará, como motivo principal, las casas victorianas. Es en este momento, y al desarrollar esta técnica, cuando sus composiciones tendrán un sentido dramático con el juego de luces y sombras que determinará el desarrollo posterior de su obra. A este momento corresponde La Casa de Marty Welch  (1928) y otras acuarelas que se encuadran (a pesar del año) en esta primera etapa. Gracias a ellas (vendió las dieciséis acuarelas que presentó en una galería) obtuvo los suficientes recursos económicos como para abandonar la ilustración y dedicarse a la pintura a tiempo completo.

En definitiva, durante esta primera etapa, en su obra se percibe una clara influencia de la pintura europea en el uso de los colores oscuros (marrones, grises y negros), sobre todo de los pintores holandeses del barroco como Frans Hals y Rembrandt y de la escuela impresionista.

2 – Etapa de madurez

A partir de 1925, la obra de Hopper se vuelve más personal, cobrando fuerza formal y con más carga poética. Casa junto a la vía del tren, 1925, parece marcar el punto de inflexión de su obra, anunciando ya un estilo inconfundible. Lloyd Goodrich al referirse a esta obra escribió: «sin pretender ser otra cosa que un retrato simple y directo de una casa fea, consigue ser una de las más conmovedoras y desoladoras manifestaciones de realismo que hayamos visto jamás». Esta obra ha pasado a la historia del cine como la casa que inspiró a Alfred Hitchcock, como siniestra mansión, para su película Psicosis.

En 1933 el MoMA organiza su primera retrospectiva.

Edgar Degas Una lonja de algodón en Nueva Orleans, 1873 (Un bureau de coton à La Nouvelle‐ Orléans) Óleo sobre lienzo. 73 x 92 cm Musée des Beaux‐Arts, Pau

En 1940 pinta Oficina de noche, una obra inspirada en sus viajes en el metro neoyorquino y en la obra americana de Edgar Degas como el lienzo Una lonja de algodón en Nueva Orleans, 1873.

La producción de Hopper es más bien escasa, es un pintor lento que apenas ejecutó uno o dos lienzos al año (cerca de un centenar de obras llevan su firma). Recoge en ellos escenas cotidianas de la vida y que entusiasma a sus conciudadanos con esa visión de la vida moderna. A primera vista parece que estemos contemplando estampas con una composición sencilla, muy básica, pero enseguida descubres una cuidada y estudiada elaboración que, casi siempre, conlleva una reflexión ante el cuadro.

En estos calmos escenarios la soledad parece ser la protagonista. Incluso en aquellos cuadros en los que aparecen un grupo de personas, como pueda ser Gente al sol, 1960. La soledad está muy presente si contemplamos con detenimiento la escena. No se tocan entre ellos. En este cuadro las sillas están escalonadas. Otro de los aspectos destacables en la obra de Hopper es esa extraña atmósfera que parece congelar a los personajes. Así podemos ver a una mujer que parece llamar (más bien gritar) al que posiblemente es su marido y éste ni tan siquiera atiende a razones en Carretera de cuatro carriles, 1956. O en, de nuevo, Gente al sol ¿qué hacen unas personas vestidas enfrentándose al sol, callados, aislados? Son historias de gentes anónimas y paisajes solitarios. Quizás una de las más conocidas obras del artista americano sea Habitación de hotel, 1931. En ella podemos encontrar la soledad de forma palpable. Una persona sola, casi desnuda, se muestra afligida, apesadumbrada y sostiene en sus manos lo que parece ser una carta. A sus pies las maletas están listas ¿para marcharse o quedarse? ¿Qué le pasa a la joven protagonista? Enigmático misterio que rodea a esta  obra de Hopper que posee el Museo Thyssen.

El desnudo en la obra de Hopper ha tenido una significativa presencia desde sus primeras obras. La mujer, su soledad, sus pensamientos que casi puedes ser escuchados (magnífica habilidad para transmitirnos esa preocupación) la observamos ajena al resto del mundo en su intimidad, no saben que son observadas en una clara apuesta por el voyeurismo al hacernos partícipe a nosotros de esa contemplación.

Edward Hopper Habitación de hotel, 1931 (Hotel Room) Óleo sobre lienzo. 152,4 x 165,7 cm Museo Thyssen‐Bornemisza, Madrid

Otro elemento característico en su obra es la arquitectura. A veces retrata un edifico aislado, pero otros veces formando parte de un entorno urbano.  El empleo de la luz es uno de los principales diferenciadores de la pintura de Edward Hopper. Ya sea una luz natural que entra por la ventana o en un exterior en pleno día o ya sea de noche y de manera artificial que ilumina la escena moldeando cada detalle en el lienzo. Este tratamiento de la luz es que protagonizará la mitad de su producción en estos últimos años. Destacan obras como Mañana en la ciudad, 1944 o Sol de mañana, 1952.

He dejado para el final este bello y sugerente cuadro Sol de la mañana, 1952, pues la exposición incluye una curiosa e interesante novedad. El cineasta estadounidense Ed Lachman ha recreado este cuadro.  Lachman reproduce en tres dimensiones la escena de uno de los cuadros más famoso del artista americano, desvelando ciertos recursos cinematográficos en las obras del pintor. Con esta puesta en escena finaliza el recorrido por la obra de Hopper.

Edward Hooper falleció el 15 de mayo de 1967, a los 84 años de edad, en su estudio de Washington Square. Fue uno de los artistas más significativos del siglo XX. Con su sensibilidad sin precedentes, con su mirada singular del mundo y con su gran sentido dramático le hacen acreedor de un lugar en la historia del arte moderno. Su esposa Josephine murió al año siguiente. En 1970 sus herederos (no tuvieron hijos) donan al Whitney Museum of American Art lo que se conoce como «El legado Hopper», un gran número de obras y diversos documentos.

 

Simposio Edward Hopper, el cine y la vida moderna.

«Esa imagen hopperiana es buscada conscientemente. Amo de ese pintor la ausencia de detalles; ese ir a lo mínimo indispensable. Hay sitios de los Estados Unidos donde pones la cámara y te sale un cuadro de Hopper».

Wim Wenders

Con motivo de la exposición Hopper, comisariada por Tomàs Llorens y Didier Ottinger, se ha programado un simposio internacional que se celebrará en el Museo del 19 al 22 de junio, bajo el título Hopper, el cine y la vida moderna.

Las relaciones de Hopper y el cine se establecen en dos direcciones. Por un lado, se sabe de la afición del artista por el séptimo arte y por otro, de la influencia de su obra ha tenido en cineastas y directores de fotografía e iluminación.

Las jornadas reunirán en Madrid un buen número de expertos que alternaran conferencias y mesas redondas con la proyección de documentales y largometrajes con el fin de profundizar en la interesante relación entre el pintor y el cine. Realizadores como Isabel Coixet y Carlos Rodríguez, directores de fotografía como Juan Ruiz Anchía o Ed Lachman y especialistas en Historia del Cine como Jean-Loup Bourget o Jean Foubert dialogan en estos encuentros con artistas como Brian O´Doherty, historiadores del Arte como Erika Lee Doss, Valeriano Bozal y los propios comisarios de esta exposición, Tomàs Llorens y Didier Ottinger, entre otros muchos participantes.

 

Ciclo de cine

Del 23 de julio al 1 de septiembre.

Un día después de la clausura del simposio dará comienzo un ciclo de cine cuya programación se ha inspirado así mismo en la obra de Hopper y en la influencia que ésta ha ejercido sobre la cinematografía. Títulos como Scarface (Howard Hawks, 1932), Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), El eclipse (Michelangelo Antonioni, 1962), Malas tierras (Terrence Malik, 1973), Terciopelo azul (David Lynch, 1986), Nubes pasajeras (Aki Kaurismäki, 1996), Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) o Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2002), entre otras, se proyectarán en el salón de actos del Museo, en versión original y con subtítulos en español. En total, se podrán ver en pantalla grande más de veinte películas todos los viernes y sábados, del 23 de julio al 1 de septiembre. La entrada será libre hasta que se complete el aforo de la sala.

Selección de textos del catálogo

La fortuna crítica de Hopper ascendió rápidamente hace aproximadamente ochenta años y desde entonces la estatura del artista en el paisaje del arte moderno no ha disminuido. Hoy, visto desde la perspectiva que nos ha legado la segunda mitad del siglo XX, su figura se nos presenta como la de una gran roca solitaria y desnuda en el desierto. Su soledad y su desnudez despiertan no sólo nuestra admiración, sino también nuestra extrañeza. Nos preguntamos cómo puede haber llegado a adquirir un perfil tan singular y excepcional. Pero el perfil de Hopper no siempre ha tenido ese aspecto. En la primera fase de su fortuna crítica, la apreciación de su obra se apoyaba en un andamiaje de ideas y creencias que eran ampliamente compartidas en el mundo artístico de su tiempo. Luego, el viento de la historia, un viento que raras veces ha sido tan violento como en las décadas centrales de la vida de Hopper, barrió ese andamiaje, erosionó la vegetación y dejó a la vista la roca desnuda.

Sobre la fortuna critica de Edward Hopper

Tomàs Llorens

 

“(…) Para Henri, la pintura de Édouard Manet condensaba las virtudes que pretendía inculcar en sus alumnos de la New York School of Art. «Manet no hacía lo esperado. Fue un pionero. Seguía su inspiración personal. Le decía al público lo que él quería que supiera, no las viejas y desgastadas cosas que ya conocía y pensaba que quería oír de nuevo». Los dibujos que a partir de El pífano o de Olimpia realizó Hopper durante sus años de formación atestiguan el lugar que ocupaba el pintor francés en la docencia de Henri. Otra alumna suya, Helen Appleton Read, precisa los méritos que Henri concedía al realismo de Manet: «Todas las manifestaciones de la vida eran para él posibles temas artísticos, lo que lo inducía a pensar que, como los pobres eran los que estaban más cerca de las realidades de la vida, eran también los mejores temas para el arte. A los alumnos de Henri les parecía que la vida fluía con más fuerza y plenitud en los bares del Bowery y en los muelles que en el Knickerbocker Hotel o en las calles de moda del Upper East Side». Esa dimensión de crítica social atribuida al realismo de Manet será, para Hopper, una de las aportaciónes esenciales de la enseñanza de Henri.

 

El realismo transcendental de Edward Hopper

Didier Ottinger

 

Edward Hopper Sol de mañana, 1952 (Morning Sun) Óleo sobre lienzo. 71,4 x 101,9 cm Columbus Museum of Art, Ohio: Howald Fund Purchase

(…) Son todas escenas de la vida americana, de la vida cotidiana en los Estados Unidos, la novedad radica en la naturaleza de nuestra situación, en nuestra implicación con esas escenas. Para situar al espectador, es decir, para situar nuestra mirada, Hopper se sirve de muy concretos recursos plásticos. Su sentido de encuentro, instantaneidad, descubrimiento es el resultado de una cuidadosa elaboración en la que intervienen la proximidad y la escala, la condición del horizonte, elevado o bajo, inexistente en algún caso, el ángulo perceptivo, el juego de luces y sombras, rasgos que nos incorporan al mundo de la escena y, al hacerlo, nos permiten, casi diría que nos obligan, a reflexionar sobre el lugar en el que nosotros nos encontramos: dónde estamos cuando contemplamos a la mujer en el hotel, a la muchacha que cose a máquina, el departamento del vagón…, ¿desde dónde miramos, cuál es el espacio que nos está destinado? La referencia al lugar en el que nosotros nos encontramos es una constante en la pintura de Hopper, en este punto, como ha señalado con brillantez Cees Nooteboom, próximo a la pintura holandesa, a Vermeer de Delft y Pieter de Hooch. (…)

 

El lugar de Hopper

Valeriano Bozal

 

 

Un pequeño vídeo sobre la exposición en el Thyssen:


 

Más información

www.museothyssen.org

 

 

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

 

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