Hambruna en el Cuerno de África

Hambruna en el Cuerno de África

 

La Agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alerta de que es necesario actuar ya para poder salvar vidas en el Cuerno de África.

En el Cuerno de África se vive lo que la ONU ha definido como «tragedia humana de proporciones inimaginables». Unos 12,4 millones de personas en Somalia, Yibuti, Etiopía y Kenia y millones más en otros países vecinos tienen sus vidas amenazadas. Por una parte la hambruna, por otra la emergencia humanitaria.

La hambruna del Cuerno de África se está cebando con la población de menos edad. La malnutrición infantil permanece como el principal problema en los campamentos de refugiados, según alerta el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Un informe de esta agencia de la ONU sobre los campamentos de Dollo Ado, al sureste de Etiopía, arroja un dato desolador: más de 100.000 menores tienen ya por hogar las tiendas y la arena de este campo de refugiados.

Acnur asegura que la hambruna se ha cobrado en Somalia la vida de 29.000 niños en los últimos tres meses y calcula, de hecho, que «de las miles de muertes que se han producido en Somalia entre abril y finales de julio la mitad son de niños menores de 5 años«, según detalla la agencia.

Revista Atticus es una publicación que se dedica a las artes liberales y así lo venimos haciendo durante más de dos años. Tal vez algunas personas consideren que no es oportuno traer a este espacio una pequeña reseña sobre el hambre en África. Pero todos cuantos hacemos posible esta publicación somos conscientes y muy sensibles a todo cuanto está sucediendo en esta parte del mundo que no nos es tan lejana. Mientras nosotros nos miramos el ombligo (como bien dice Atticus, el querido personaje de Matar un ruiseñor) un poco más abajo la gente se está muriendo de hambre en pleno siglo XXI, cuando está demostrado que hay suficientes alimentos para todos pero escasas voluntades.

A continuación reproducimos lo que Atticus nos mandó y que se encuentra publicado, en el apartado Fotodenuncia, en nuestro número 15 y que ya está disponible para su descarga.

Desigualdad

 

A refugee uses twigs and scraps of material to build a shelter for her family. There is no room for most new arrivals in the Dadaab camps, so the thousands of people who arrive every week must carve out a place for themselves in the surrounding desert. Paula Nelson.

Les tengo dicho a mis hijos que no se puede juzgar a una persona hasta que uno no se calza sus zapatos.

Esto viene a cuento porque no puedo juzgar a los que tienen mucho dinero. Nunca me he calzado sus zapatos de fortuna. Recientemente se han hecho públicos los bienes de nuestros dirigentes y nuestros políticos. No quiero entrar a valorar dónde ponen a buen recaudo su dinero, su nada desdeñable patrimonio. No quiero entrar a valorar el hecho de que uno de ellos, por poner un ejemplo, declara 18 viviendas en propiedad, otras tantas plazas de aparcamiento y no sé cuántos vehículos. Pero esto me produce una gran desazón. No puedo entender que unos miles de kilómetros más abajo de esas casas haya gente que no tiene ni para zapatos. Arrastran sus pies por la polvorosa tierra huyendo de su país, huyendo de la guerra, huyendo de la hambruna.

Esta gente, miles de personas, se están muriendo cada día, porque no tiene nada que llevarse a la boca, ni mucho menos tienen un hogar para refugiarse.

¡Hasta cuando tanta desigualad! No soy quien para juzgar lo que cada uno hace con su dinero, y donde lo invierte para que no se devalúe, ni entre en pérdidas. A mi me gustaría calzar los zapatos de los ricos para ver como se ve el sur. Con los míos me siento incómodo. A veces me aprietan cuando ando por mi cuenta corriente. Y otras, me rozan los pies cuando me veo pagando un artículo superfluo.

La foto que aquí traigo es de una familia que con cuatro ramas y muchos desechos intentan crear un hogar. Mientras, nosotros los vecinos de arriba, apenas tenemos tiempo para mirarnos nuestra prima de riesgo y gastar e invertir nuestro rico dinero en otros valores. ¡Qué injusto es el mundo!

 

A young Somali refugee boy and his terminally ill mother, Haretha Abdi at Dadaab refugee camp, near the border of Kenya and Somalia in the horn of Africa. (Brendan Bannon/Polaris Images).

 

Lo siento pequeño

 

 

Por más que te miro no me salen las palabras. No te puedo ayudar con mi pluma. Lo siento. Me siento incapaz de escribir cuatro frases para intentar que el mundo despierte. Por aquí arriba solo vivimos pensando en que la crisis nos va a llevar la sociedad del bienestar. Comprenderás mi querido niño, que no me salgan las palabras por tanta preocupación. ¿Y si mañana nos vemos como tú? ¡Fíjate qué desastre!

Lo siento querido niño, no puedo escribir porque lo único que me sale son exabruptos. Perdóname porque sé que es difícil hasta que entiendas mis palabras. Sé que solo te preocupa donde vas a encontrar algo para llevarte a la boca. Lo siento querido niño. No sé como ayudarte. Perdónanos por dejarte morir de hambre.

Atticus

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