Proyección en la SEMINCI de Na putu (On the Path)

Na putu (On the path)

En el camino

Título original: Na putu.

Dirección y guión: Jasmila Zbanic.

Países: Bosnia-Herzegovina, Austria, Alemania y Croacia.

Año: 2010.

Duración: 100 min. Duración: 100 min.

Género: Drama.

Interpretación: Zrinka Cvitesic (Luna), Leon Lucev (Amar), Ermin Bravo (Bahrija),

Sinopsis: Una pareja bosnia (Luna y Amar) viven felices tratando de superar día a día los obstáculos que la vida les plantea. Todo se complica cuando Amar es despedido por beber alcohol en su trabajo, a pesar de las recomendaciones de su médico y de Luna. Por casualidad, se reencuentra con un viejo amigo de la guerra (Bahrija), un fundamentalista musulmán que le ofrece la posibilidad de trabajar enseñando informática a unos niños en la comunidad islámica en la que él vive. Finalmente, Luna acude a esta comunidad Wahabí para visitar a Amar y rogarle su regreso a casa. Allí se encuentra con un lugar extraño, regido por el Corán donde las mujeres viven para hacer felices a los hombres, pero siempre separadas de ellos. Sin embargo, Amar ha encontrado la paz en aquel lugar idílico y ha superado su adicción al alcohol por lo que se fanatiza al Islam. Luna, en cambio, no admite este rumbo nuevo en su vida y en la de su pareja que durante tanto tiempo habían soñado con tener un hijo y formar una familia.

Comentario: La historia transcurre en Bosnia, aún martirizada por la reciente guerra de los Balcanes que escribió su punto y final en 1995, resistiendo el conflicto hasta 2001 en el sur de Serbia. La religión islámica, uno de los temas centrales, se trata desde la visión de una mujer (Luna) que, ajena a cualquier forma de fanatismo, presencia la transformación radical de su pareja (Amar) hacia el Islam más integrista. Luna es incapaz de comprender el nuevo camino que Amar ha decidido tomar. Un cosmos de intolerancia hacia la mujer, de normas rígidas a favor del matrimonio y de la poligamia, le impide superponer el amor que siente por Amar a la razón y a la lógica de una mente occidental. Al mismo tiempo, la película nos muestra, aunque de forma más tangencial, la óptica de él. La vida de Amar gira en torno al goce de la fiesta, las aventuras junto a sus amigos y su devoción por Luna, una supervivencia carente de reglas a excepción de una: conservar el trabajo que le da de comer. Es precisamente esta norma la que rompe como consecuencia de su alcoholismo y es despedido temporalmente.

La película recrea a la perfección el ambiente que se respira en cada rincón de este país. Aquellos que han tenido la oportunidad de visitar Bosnia encontrarán en este film un universo de emociones y recuerdos que consiguen envolverte con el velo de lo natural, lo espontáneo y lo optimista frente a la desgracia, hasta estremecerte en la butaca. Jasmila Zbanic crea un mundo repleto de detalles que te induce a la reflexión y a la comprensión que en ocasiones confluye en una admiración vertical hacia un pueblo tantas veces olvidado. A la vez, la directora consigue atrapar el espíritu bosnio con extrema naturalidad, paseando la mirada del espectador por las calles de Sarajevo entre la sensibilidad contenida en cada uno de sus edificios, puentes y cementerios. Sorprende el enorme parentesco que existe entre nuestra cultura y la civilización bosnia. Da la impresión de ser nuestra propia sociedad en su estado más puro, en su forma virgen, como desarraigada de todas las influencias occidentales y de tanta exportación americana. Una humanidad desgarradora, sustentada en el amor a la familia y a la confianza en un grado tremendamente elevado que te congela como si acabaras de reflejarte en un espejo y no hubieras encontrado tu rostro, sino el de un antepasado no tan lejano.

Cuando Amar se integra a la comunidad Wahabí para dar clase de informática, uno de los jefes de aquel lugar le dedica una frase tan abrumadora como definitoria: “necesitamos buenos soldados para la paz en Bosnia”. Los años pueden enfriar las pasiones más turbulentas pero no pueden hacer olvidar a los padres asesinados, a la casa arrebatada a la fuerza, a tu amigo mutilado o al horror de la guerra pues lo que el corazón siente trasciende generaciones, lugares y, por supuesto, el tiempo.

Afortunadamente, el recuerdo a veces se da la mano con la compasión y el perdón. Así lo prueba una escena de la película en la que Luna visita su antigua casa, vendida casi por obligación de la guerra a una familia serbia. La casa se encontraba en Bijelijna, un pueblo cuya población era mitad musulmana y que fue ocupado durante el conflicto armado por los serbios. Allí se reúne la protagonista con el jardín de su infancia, las hojas del árbol que la vio crecer, la eterna sombra de sus padres fusilados junto al hogar en el que tanta paz habían respirado y, quizá, se encontrara también con los sueños de su inocencia quebrada por el espanto del crimen. Resonaron entonces en la sala las palabras de su abuela: “esos cabrones seguro que hasta han cortado los rosales”. Entre lágrimas, Luna observó la belleza de las flores que brotaban de esos mismos rosales. Acto seguido, una niña serbia, ahora habitante de aquella casa, apareció frente a la puerta. Luna, conteniendo el llanto, pensó en alto: “esta era mi casa” y la cría, desconcertada, afirmó desde lejos: “no, esta es mi casa”. No hubo respuesta, Luna se acercó y acarició la cara de la niña. Entre escalofríos, todos pudimos tocar su rostro y sentir su mirada inocente, perturbadora.

El ritmo de la película es en ocasiones lento pero la sensación es de continua tensión, misterio e intriga. La trama se apoya en un excelente uso de la música y del espacio temporal, haciendo que algunos silencios se escuchen en tu mente y algunas palabras te petrifiquen en el silencio de tu voz. Tanto la directora Jasmila Zbanic, como los protagonistas Zrinka Cvitesic (Luna) y Leon Lucev (Amar) están a una gran altura.

Elías Manzano Corona

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